Mercadillos, tiendas de autor, galletas bretonas, sidra, productos naturales, discos de vinilos, sin olvidar las inconfundibles e icónicas camisetas de rayas forman parte del ADN de la capital más occidental de Francia, en la bellísima región de Bretaña. El shopping es una puerta de entrada a sus bucólicos paisajes y a un litoral perfilado por acantilados vertiginosos, costas de granito rosa, playas esmeraldas y puertecitos pesqueros.
Vitalista y alegre, Rennes es un universo de compras. No hay más que acercarse al centenario mercado De Lices los sábados por la mañana y explorar los más de 300 puestos con viandas frescas de productores y agricultores locales que lo encumbran como el segundo mercado más grande de Francia. Aquí, lo suyo es hacer una pausa y degustar la típica galette saucisse, una tortita o crepe de trigo sarraceno con salchicha. Es uno de los muchos dispersados por la ciudad, como el de Les Puces, favorito de los cazadores de antigüedades y objetos vintage, instalado en el Mail François Mitterrand el segundo domingo de cada mes.
Con una oferta cultural intensa y animada por los universitarios que representan la cuarta parte de sus habitantes y se desplazan en bicicleta, es una de las pioneras en haber implantado las bicis urbanas públicas en 1998, además de ser una de las ciudades más pequeñas del mundo con metro. La música es también inherente a Rennes, convertida en capital del rock francés desde que en el año 1979 Jean Luis Brossard y Béatrice Macé, influidos por la música de Marquis de Sade, Marc Seberg o Les Nus, crearan el festival Transmusicales, del que han salido figuras como Lenny Kravitz, Nirvana y Björk.
Hoy sigue apostando por músicos emergentes y nuevas tendencias que vibran en el mítico café Le Bistro de la Cité. También en la calle Saint Michel, llamada rue de la Soif, o de la sed, por concentrar un sinfín de bares en escasos metros. Amén de tiendas de discos, como Rock’ In Bones, para adictos al rock y al garaje; Tête de Chou, especializada en vinilos de música bretona y celta, junto al parque Thabor; It’s Only, con casi 3.000 referencias, en la calle que conduce al Parlamento de Bretaña; o Blind Spot, donde encontrar tesoros a 33 y 45 rpm y libros de música.
Ir de compras en Rennes permite también descubrir a uno de los artistas más renombrados de la ciudad, Isidore Odorico, autor de preciosos mosaicos que recubren numerosos edificios del casco medieval y los frescos de la piscina pública de Saint Yves. Los suelos de la zapatería de caballeros Finsbury son un bello ejemplo, así como los de la fachada del concept store Crazy Republic, en la calle Artain, edificio art déco que albergó una de las primeras tiendas de comestibles de la ciudad en el s. XIX y actualmente en día reconvertida en tienda multimarca.
Tiendas genuinas
Una de las indiscutibles señas de identidad es de la ciudad es la marinière, la camiseta de rayas azules usada por los pescadores en el siglo XIX y también por la marina francesa como reclamo para localizar a los que se caían al agua. En los años 50, la prenda se convirtió en todo un icono de la gente chic gracias a Coco Chanel, quien la puso de moda entre estrellas del celuloide como Audrey Hepburn, Cary Grant o Brigitte Bardot. Hoy ha evolucionado con infinidad de diseños y colores, como los de Armor Lux, en la rue Nationale, la prestigiosa Saint James, frente a la Plaza del Ayuntamiento, o las customizadas de Breizh Club, en la pintoresca rue de Chapitre.
Aquí, entre coloristas casas entramadas de madera y de piedra se suceden también tiendas de productos bretones. Made in Frogs destaca por sus bolsos, cinturones, objetos de decoración singulares y por su amplia gama de productos bio: sales, bebidas sin alcohol, jarabes orgánicos a base de cócteles de jengibre, bergamota y menta… Cerca, la Crêperie Saint Georges es toda una tentación por la deliciosa variedad de las típicas galettes y crepes de su carta. La Belle Illoise atrae por sus originales conservas de mousse de langosta al coñac, crema de sardinas al whisky y algas bio, en el número 10 de la vecina rue Nemours. Por su parte, el French Blossom deslumbra como un gran bazar de cuidados diseños.
En la calle Vasselot sorprenden los globos terráqueos, los remos de madera y mapas de Cap Cod, mientras Ma Kibell embriaga por la explosión de aromas de jabones, sales de baño y aceites corporales artesanales hechos con plantas y hierbas de los campos bretones. Y no se puede abandonar Rennes sin pasar por La Trinitaine, donde llevarse uno de los productos estrella de Bretaña: las galletas de mantequilla con una pizca de sal conservadas en preciosas cajas de latón decoradas con paisajes ensoñadores de la costa, faros, playas y hasta con las camisetas de rayas.