Sicilia presume de un extraordinario y heterogéneo pasado que bebe de las culturas fenicia, griega, romana, árabe, normanda y española, esta última durante casi cinco siglos, contando su época aragonesa y la posterior borbónica. Buen ejemplo de este crisol es Palermo, la capital, con una riqueza arquitectónica verdaderamente envidiable. Sus alrededores, el norte y el este de la isla ofrecen también una excelente oportunidad para contemplar ruinas milenarias y algunos de los burgos más bellos de Italia.
El destino está de actualidad por su ambiciosa estrategia de promoción turística para hacer frente al parón turístico ocasionado por la crisis del coronavirus. Su propuesta es abonar a los visitantes la mitad del vuelo de ida y vuelta, así como una de cada tres noches de alojamiento reservadas. Las fronteras italianas están abiertas desde principios de junio. La ocasión es muy propia, a pesar de las circunstancias.
El punto de llegada habitual es Palermo, con su aire decadente, pero no exento de esplendor. La capital surge en el norte de Sicilia asentada en un encantador anfiteatro natural rodeado de colinas que abrazan a este antiguo enclave árabe y sede de un reino normando, donde los visitantes de hoy aprecian una energía descomunal, lejos de la masificación que caracteriza a otros destinos italianos.
La Capilla Palatina es para casi todos los turistas la joya artística de la capital de la isla, mientras que sus vecinos aprecian esta capilla por ser la elegida por la mayoría de los jóvenes palermitanos a la hora de casarse. A nadie le puede extrañar viendo el interior de esta capilla que mandó construir el rey normando Roger II tras ser coronado en 1130. Desde el punto de vista arquitectónico, el templo representa el encuentro entre culturas y religiones diferentes, pues en ella trabajaron artesanos bizantinos, islámicos y latinos.
La iglesia, dedicada a San Pedro Apóstol, impacta por el número de mosaicos dorados que la adornan. Desde la cúpula, donde manda la imagen del cristo pantocrátor, hasta las naves laterales, que narran los momentos más importantes de la vida de San Pedro y San Pablo, o el ábside principal, en cuya pared brillan los mosaicos más antiguos del templo, con episodios del Evangelio. También hay que alzar la mirada hacia el techo del edificio, de origen musulmán, construido completamente de madera. Todos esos detalles y muchos otros aconsejan una visita sosegada.
El paseo por el casco viejo de Palermo conduce irremediablemente hacia sus calles y plazas, adornadas por sus increíbles fuentes. Como la de la Plaza Pretoria, conocida por los habitantes de la capital como “la fuente de la vergüenza”, pues todas sus estatuas aparecen completamente desnudas. La belleza artística de este monumento, traído desde Florencia en el siglo XVI, es impactante y se puede apreciar también desde el balcón municipal del Palazzo Senatorio, con figuras de monstruos y animales mitológicos y la representación de los cuatro ríos de Palermo: el Orieto, el Gabriele, el Papireto y el Maredolce. Las iglesias de San Giuseppe dei Teatini y Santa Catalina, con sus llamativas cúpulas, completan el conjunto de esta plaza insuperable.
La Martorana y San Cataldo
A solo unos metros, la Piazza Bellini alberga dos de los templos más llamativos del viejo Palermo. Se trata de la iglesia de San Cataldo, de 1160, identificable por sus tres cúpulas rosadas que cubren la nave rectangular, un magnífico ejemplo del pasado normando de la isla, aunque con gran influencia árabe; y de Santa María dell’ Ammiraglio, de 1143, más conocida por La Martorana, que esconde excelentes mosaicos dorados y una magnífica imagen del cristo pantocrátor en la cúpula, rodeado por arcángeles, profetas y evangelistas. Una excepcional obra bizantina. En ese recorrido por un Palermo a veces descuidado pero siempre encantador, no debe faltar Quattro Canti, una bellísima plaza octogonal que separa los cuatro barrios históricos de la ciudad, o su Catedral levantada sobre un viejo cementerio.
A la hora de comer de la forma más auténtica, lo mejor es apuntarse a un tour por los principales mercados de la capital, como Il Capo, La Vucciria o Ballaro. En el primero todavía se organiza una rifa premiada con una cesta de pescados entre los compradores de los puestos. Es famosa también la leyenda sobre su río subterráneo, el Papireto, que asegura que estaba conectado con el Nilo. Toda una experiencia para el paladar son los populares platos de los puestos callejeros, como los arancini (bolas de arroz con carne), las panelle & crocché (frituras de harina de garbanzo y croquetas), la sfincione (pizza palermitana), el panino con la milza (pan con bazo) y el más famoso dulce siciliano, el cannolo.
Excursiones
Toca salir de Palermo para apreciar otras bellezas arquitectónicas. Un buen ejemplo es el Duomo de Monreale, que se eleva a 8 km de la capital, por la bella y fértil Conca d’Oro. Esta maravillosa catedral, que domina toda la bahía de Palermo, fue fundada en 1172 por Guillermo II y su interior es soberbio por la decoración de mosaicos sobre fondos de oro que resaltan mucho más cuando la luz del día entra por las ventanas del templo iluminando sus paredes.
El claustro, que formaba parte del convento de los benedictinos, es otra maravilla de la arquitectura normanda. Sus portentosos 228 capiteles románicos, del siglo XI, obra de albañiles borgoñeses y provenzales, muestran iconografías que combinan lo religioso y lo pagano con elementos clásicos y de la mitología popular. El conjunto ha sido meticulosamente restaurado por el artista Cesare Tini.
Otra opción es descubrir las ruinas griegas de Selinunte, en la provincia de Trapani a lo largo de la costa sudoeste de Sicilia. Este enclave fue levantado en el año 651 a.C. por los colonos griegos de Mégara Hiblea, junto a un activo puerto del Mediterráneo. Desde 1993 se puede visitar en su término municipal un parque arqueológico que abarca más de 40 hectáreas para descubrir lo que fue la antigua acrópolis, sus calles y santuarios antiguos, además de admirar los templos dedicados a Zeus y Hera, colosales construcciones del mundo griego situados entre las colinas y los escarpados acantilados que caen al mar.
Antaño una de las ciudades más ricas y poderosas del mundo, Selinunte llegó a alcanzar una población de 100.000 habitantes. Su herencia, pensando en el número de templos que dejaron en pie, se mantiene viva, a pesar de que la isla ha sufrido numerosos temblores de tierra durante su historia.
No ocurre lo mismo en Partanna, “la ciudad fantasma”, un pequeño pueblo del valle de Belice, en la provincia de Trapani, que fue muy castigado por el terremoto que asoló la isla de Sicilia en 1968. Cincuenta años después del percance, pasear por sus calles impresiona. Muchos de sus edificios históricos siguen en ruinas, dando una imagen fantasmal de esta localidad de unos diez mil habitantes. La Iglesia del Purgatorio, la Iglesia Madre o la de San Francisco, con su campanile inclinado y destartalado, y otros palacios nobiliarios se mantienen a duras penas en pie con fachadas desiertas.
Los turistas visitan habitualmente el Castillo Grifeo, que guarda en su interior el museo regional e histórico de Belice. Sin embargo, el mejor conservado es el Castillo de Giuliana, que perteneció al rey Federico II de Sicilia, quién también pasó a la historia como emperador del Sacro Imperio Germánico, además de rey de Chipre y Jerusalén. La fortaleza domina un paraje excepcionalmente bello que se aprecia en todo su esplendor desde la Torre del Homenaje. En su interior se organizan comidas y charlas sobre este rey enterrado en la catedral de Palermo junto a Constanza de Aragón, su primera esposa.
Cerámica, corales y aceite
En lo que se refiere a las tradiciones y costumbres gastronómicas, en esta esquina de Sicilia cabe mencionar la cerámica de Sciacca, cuyo origen se remonta al siglo XIII. Hoy sigue manteniendo una importante producción de azulejos, vasijas y objetos artísticos, gracias la escuela y las decenas de talleres que siguen utilizando las técnicas más antiguas, aunque la temática de las obras se ha modernizado desde la mitad del siglo XX.
También es muy apreciado el coral siciliano, ligado a la historia de la isla Ferdinandea, una formación volcánica sumergida en el estrecho de Sicilia, entre Pantelleria y Sciacca, donde ha proliferado históricamente. Este coral es único en el mundo por sus tonalidades naranja-roja y rosa-salmón.
En el terreno culinario, es sabido que Sicilia produce un aceite de excepcional calidad y que sigue manteniendo sus métodos tradicionales, anticipando en muchos casos la recogida de la aceituna. En esta parte de la isla es muy habitual la organización de catas y tours dedicados al ‘oro verde’. Una de las visitas más recomendables es la Antica Tenuta dei Principi Pignatelli, en Castelvetrano.
Los burgos más bellos
El interior de la isla, salpicado de altas montañas, tampoco defrauda al visitante. En esta zona suceden algunos de los pueblos más bellos de Italia, burgos cargados de historia y tradiciones con una excelente gastronomía. Los más importantes se sitúan en el Parque Regional de la Madonie, a una hora y media en coche de Palermo. Geraci Siculo, con sus famosas aguas, calificadas como “las más saludables” de Italia, y Petralia Soprana, popular por estar colgado en lo alto de un monte con sus pintorescas casas de piedra, pueden ser el punto de partida de esta ruta por las localidades más auténticas de la isla, hasta llegar a Gangi. En los días claros no hay nada como divisar esta hermosa villa desde la plaza de San Paolo, con la majestuosa silueta del volcán Etna a lo lejos.
Gangi está formado por una maraña de callejones y estrechas vías empedradas que conducen a la encantadora catedral de San Nicolás. Este templo, encaramado en lo más alto de una de las colinas más hermosas de Sicilia, alberga en su interior un Juicio Final muy parecido al que Miguel Angel realizó para la Capilla Sixtina. Las casas adosadas y los viejos palacios señoriales proporcionan un encanto especial al pueblo, que se ha visto obligado a realizar una tentadora oferta para aumentar su actual población de 7.000 habitantes. El consistorio vende casas abandonadas por un euro, a condición de que los nuevos propietarios se comprometan a reformarlas y dediquen su tiempo a las labores del campo.
La guinda final del viaje a Sicilia debe ser Cefalú, a orillas del mar Tirreno. Su duomo, presidido por un bellísimo cristo pantocrátor, sigue convocando a miles de peregrinos y turistas que se rinden a los pies de este templo árabe-normando, de parecida belleza a la Capilla Palatina de Palermo y la Catedral de Monreal. Los tres monumentos fueron declarados Patrimonio Mundial de la Unesco en 2015. Desde luego, méritos no les faltan.