
Perú es un país de tesoros milenarios. Su historia precolombina y virreinal, sus espectaculares paisajes y unas tradiciones profundamente arraigadas lo convierten en un destino magnífico para cualquier viaje de incentivo.
Hace quinientos años, en septiembre de 1524, Francisco Pizarro emprendía su primera expedición a América junto a Diego de Almagro. Buscaban las riquezas del Imperio Inca, célebre por su oro y su plata. Aquel viaje inicial apenas alcanzó el norte de Colombia, pero fue el comienzo de la conquista del Perú, sellada tras la captura y ejecución de Atahualpa. Hasta entonces, Cuzco había sido la capital del imperio, pero los conquistadores necesitaban un puerto que garantizara las comunicaciones comerciales con el exterior. De ahí nacería Lima, la nueva capital ideada por Pizarro.
Lima, la ciudad de Pizarro
Fundada el 18 de enero de 1535 como Ciudad de los Reyes, Lima se convirtió en la capital del Virreinato del Perú y, más tarde, de la República. Pizarro diseñó su trazado en forma de damero, con la Plaza de Armas como eje central. Allí se alza la catedral, reconstruida tras los terremotos de 1687 y 1746, con capacidad para 3.500 fieles. En su primera capilla reposan los restos del propio Pizarro, descubiertos en 1977 en una caja oculta bajo la cripta, junto con un busto del conquistador y tierra de su natal Trujillo.
El casco histórico conserva el sabor de aquella ciudad fortificada con murallas conocidas como El Cerco de Lima. En sus calles se levantan joyas como el Palacio de Gobierno, sobre un antiguo palacio inca y escenario de la proclamación de independencia en 1821; el Palacio Arzobispal, con su elegante fachada barroca; o el convento de Santo Domingo, que alberga la primera universidad creada en América por los españoles. Su biblioteca, con 25.000 volúmenes en latín, parece detenida en el tiempo.
Cuzco, esplendor precolombino y virreinal
A 3.400 metros de altitud y a menos de dos horas de vuelo desde Lima, Cuzco (o Cusco, en quechua) fue el corazón del Imperio Inca, cuyos dominios se extendían desde Colombia hasta el norte de Argentina y Chile. Junto con Ciudad de México, fue uno de los enclaves más codiciados por los conquistadores, razón por la cual combina hoy una irresistible dualidad precolombina y colonial.
La Plaza de Armas sigue siendo su epicentro. En ella se erigen la catedral, construida sobre el Palacio de Viracocha tras un siglo de obras iniciadas en 1559, y la Iglesia de la Compañía de Jesús, de imponente fachada barroca. Muy cerca, el Convento de la Merced guarda las tumbas de Diego de Almagro y Gonzalo Pizarro. Y a diez minutos a pie, el Qoricancha, antiguo templo inca recubierto de oro, recuerda el esplendor perdido bajo la Iglesia de Santo Domingo, levantada por los dominicos.
El Cuzco contemporáneo vibra en el Barrio de San Blas, refugio de artistas y artesanos, con talleres como el de la familia Mendívil, célebre por sus arcángeles de madera. Sus callejuelas empinadas regalan panorámicas espectaculares de la ciudad.
Rumbo al Valle Sagrado
Desde Cuzco parten las rutas hacia el Valle Sagrado de los Incas y, finalmente, a Machu Picchu, el sueño de todo viajero. El recorrido suele iniciarse en Ollantaytambo, donde se toma el tren a Aguascalientes atravesando fértiles valles cultivados desde hace milenios.
En Machu Picchu, el asombro se multiplica. Sólo hay que abrir los ojos, la mente y el corazón para imaginar lo que fue esta ciudad», explica Jorge Airampo, guía con más de 35 años de experiencia. Desde sus miradores, a 2.450 metros de altura, la armonía entre arquitectura y naturaleza se percibe en toda su magnitud.
Iquitos, el alma de la Amazonía
Tras dejar atrás la cordillera, el viaje se interna en la Amazonía peruana, que cubre casi el 60 % del país. Allí emerge Iquitos, ciudad entre los ríos Nanay e Itaya que vivió su auge con la fiebre del caucho en el siglo XIX. De aquella época quedan elegantes mansiones y la singular Casa de Fierro, atribuida a Gustave Eiffel.
El verdadero atractivo, sin embargo, está en lanzarse al río Amazonas. Desde las típicas lanchas hasta los peque-peques, bautizados así por el ruido de sus motores, todas las embarcaciones llevan a descubrir la selva. Muchos viajeros se adentran en la Reserva Nacional Pacaya-Samiria, hogar de comunidades que aún viven de la pesca, la caza y el cultivo de yuca y arroz.
Uno de los momentos más memorables llega a 157 kilómetros de Iquitos: un recorrido por 14 pasarelas colgantes que suman 500 metros suspendidos sobre el dosel amazónico. Desde allí, entre aves tropicales y la frondosa vegetación, se contempla la selva desde otra dimensión.