
En Armenia el tiempo parece diluirse entre remotos monasterios de piedra milenaria y una sorprendente variedad de paisajes, desde praderas alpinas hasta cañones vertiginosos y extensas mesetas. Cada rincón invita a la conexión con su alma histórica y cultural, donde la religión cristiana tiene un enorme peso. Lejos de las rutas convencionales, el país caucásico se revela como una joya aún por descubrir y una opción de incentivo con nuevas perspectivas para quienes buscan explorar más allá de lo evidente.
Ereván, la capital armenia, recibe a los visitantes con un abrazo urbano cargado de contrastes. Sus edificaciones de toba rosada –de ahí su apodo de ‘ciudad rosa’– reflejan la luz del sol con calidez, mientras amplias avenidas de aire soviético desembocan en plazas animadas donde la vida cotidiana bulle de forma apacible. Al pasear por la plaza de la República, cuando cae la tarde, las fuentes danzantes iluminadas acompañan la música, creando un ambiente muy especial entre imponentes edificios neoclásicos que albergan el Museo de Historia, la Galería Nacional o el hotel Marriott.
En la lejanía, si el cielo está despejado, se asoma el bíblico monte Ararat, que otorga a la ciudad un telón de fondo majestuoso y casi espiritual. Es el lugar donde, según la tradición, desembarcó el arca de Noé tras el diluvio, y representa la gran espina que tiene clavada el país. Todo un símbolo nacional —incluso aparece en el escudo de armas— que se encuentra en territorio de Turquía tras el genocidio armenio, perpetrado entre 1915 y 1923.
La capital, una de las más antiguas continuamente habitadas del mundo, se siente joven y vibrante: es europea y oriental, tradicional y moderna a un tiempo. Las aceras arboladas de la avenida Mashtots conducen tanto a templos de la cultura, como a humildes cafés en los que huele a café recién hecho y restaurantes donde la carne a la barbacoa es la reina. La ciudad está plagada de terrazas que le dan un aire muy acogedor en verano. Aunque quedan pocas huellas ya de su antiguo pasado, merece la pena explorar sus rincones.
Una de las grandes atracciones es el Centro Cafesjian para las Artes, conocido popularmente como La Cascada, curioso ejemplo de la arquitectura brutalista que domina la ciudad desde las alturas, casi como si fuera el mismísimo monte del Olimpo. Lo importante es abordar los cerca de seiscientos escalones con tranquilidad, aprovechando los descansos para tomar el sol o disfrutar de distintas perspectivas según se va ascendiendo.
El conjunto alberga galerías de arte y esculturas al aire libre gracias a Gerard Cafesjian, el filántropo que le da nombre, que retomó las obras, paralizadas desde finales de los 80’s, y consiguió acabar a principios del siglo XXI. Entre sus donaciones, llaman la atención las obras que adornan los jardines a los pies de la escalinata, donde se pueden encontrar hasta tres piezas auténticas de Fernando Botero, entre otros creadores de fama internacional, como Joana Vasconcelos, Barry Flanagan o nuestro reconocido Jaume Plensa, sin ir más lejos.
El recorrido por el centro histórico se puede cubrir a pie en pocas horas. Pasada la plaza de la República y sus museos, un poco más arriba aparece la plaza Charles Aznavour, dedicada al célebre cantante melódico de origen armenio que fue conocido como de Sinatra francés, antes de llegar al lago del Cisne, donde en 2015 actuó el rapero estadounidense Kanye West y se bañó en sus aguas. Justo enfrente se encuentra el Teatro Nacional de la Ópera y el Ballet. Todo el entorno es uno de los lugares preferidos de paseo para locales y visitantes.
Los amantes de los libros no pueden perderse el Matenadarán, que algunos califican como el mayor templo erigido a la palabra escrita. En su interior se conservan más de 17.000 manuscritos, documentos, mapas y algunos de los libros más antiguos del mundo. Su origen se remonta al año 405, cuando Mesrop Mashtots, creador del alfabeto armenio, fundó un centro de enseñanza y recopilación de textos en la antigua ciudad de Echmiadzin. En 1920, la colección fue nacionalizada y en 1939, trasladada a Ereván.
Otro hito cultural de la ciudad es el que representa el Museo Serguéi Parajanov, uno de los cineastas más peculiares del país, aunque nacido en Tiflis (Georgia), autor de la admirable El color de la granada, una representación poética y visual de la vida del trovador armenio del siglo XVIII Sayat Nova a base de cuadros estáticos. La película, del año 1969, la rodó en la URSS, donde fue condenado por homosexualidad. Tras salir de la cárcel y vivir unos años en Ucrania, se estableció en Ereván a finales de los 60’s. Volvieron a condenarle y estuvo en Siberia cinco años realizando trabajos forzados. Toda una historia.
Muy diferente es el Museo Conmemoración del Genocidio Armenio, hecho que Turquía sigue negando. Se estima que entre 1 y 1,5 millones de armenios fueron asesinados o murieron en deportaciones masivas hacia el desierto sin agua ni comida, en trabajos forzados y por condiciones extremas de vida en territorio del Imperio Otomano durante la I Guerra Mundial. La diáspora que se originó entonces ha seguido durante décadas. En torno a 8 millones de armenios viven fuera del país, en tanto que la población local apenas sobrepasa los 3 millones. Un siglo después, el tremendo impacto sobre la memoria histórica nacional es incuestionable.
Cambiando de tercio, para los grupos de incentivo es buena idea organizar un tour gastronómico, comenzando en el Mercado GUM, uno de los muchos vestigios de la etapa soviética, donde encontrar verduras frescas, frutos secos y frutas deshidratadas —una de las especialidades en muchos de sus puestos—, productos lácteos orgánicos, carnes, pescados y encurtidos. Otra de las estrellas es el lavash, el pan tradicional que se elabora aquí mismo, y que ha sido reconocido por la Unesco como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. A los armenios les encanta comer y eso se nota. Otra curiosidad es el konyak, un licor muy popular elaborado con uvas y un sabor entre el brandi y el whisky. Las fábricas ArArAt y Noy Factory ofrecen interesantes circuitos por sus instalaciones con catas privadas. Dicen que Stalin mandaba un buen arsenal de botellas cada año a Winston Churchill, que el primer ministro británico bebía en su petaca.
Los albores del cristianismo
Los alrededores de Ereván reservan algunos de los atractivos turísticos más importantes. Por un lado, está el templo de Garni, con sus columnas clásicas que datan de hace dos mil años. De camino se pasa por el arco de Charent, construido para enmarcar la imponente estampa el monte Ararat a lo lejos. Un poco más allá, el río Garni se muestra encajado en un espectacular cañón compuesto en parte por columnas de basalto que parecen tubos de órgano, un paraje a la sazón conocido como Sinfonía de las Piedras. El recorrido acaba en el monasterio de Geghard, fundado en los principios de la cristiandad y patrimonio mundial de la Unesco, un impresionante ejemplo de arquitectura tallada en piedra, con numerosas cuevas alrededor que albergaron a monjes.
Más al sur se alza el monasterio de Khor Virap, determinante en la historia de la que se vanagloria como primera nación cristiana proclamada oficialmente en el mundo, allá por el s. IV. Fue en el año 40 cuando los apóstoles Bartolomé y Tadeo llegaron a Armenia. Sus ideas calaron tiempo después en san Gregorio el Iluminador, que pasó una década torturado y encerrado en un foso lleno de serpientes bajo este templo. El rey de entonces, Tiridates III, admirado por su resistencia, cayó enfermo y fue curado por el santo, un milagro que le llevó a implantar el cristianismo en todo el reino nada menos que en el año 301. Ahí queda.
Hoy en día, el vaticano de la Iglesia Apostólica Armenia se encuentra en Vagharshapat, la antigua Echmiadzin, a unos 20 km al oeste de Ereván, en un complejo religioso compuesto por la catedral, un museo y varios templos, donde reside el catholicós Karekin II, patriarca de una de las iglesias ortodoxas orientales más antiguas que existen, independiente de todas las demás y con su propia liturgia.
Entre los innumerables monasterios que se pueden visitar por todo el territorio, algunos en lugares verdaderamente recónditos, otro de los que juegan en ‘primera liga’ es el de Noravank, de visita obligada, a unas dos horas al sureste de la capital. Lo suyo es hacerlo al alba o al atardecer, cuando la cálida luz realza la tonalidad de los acantilados que lo abrazan. Un entorno sobrecogedor. Ya en el extremo oriental, casi en la frontera con Azerbaiyán, la estrella es el monasterio de Tatev, también imprescindible, cerca de la ciudad de Goris. Para llegar hasta él hay que circular por una endiablada carretera o sobrevolar el profundo barranco del río Vorotán en el teleférico reversible más largo del mundo, según reza el libro Guiness de los récords, con una longitud de 5.752 metros, y sin paradas intermedias.
Lago Seván
El camino hacia el Lago Seván asciende por valles altos hasta una vasta extensión de aguas de intenso azul que en los días claros y luminosos se confunden con el cielo. A casi dos mil metros de altura, este mar interior rodeado de montañas es el corazón acuático de Armenia y el mayor del Cáucaso meridional. A pesar de los problemas de contaminación que ha tenido, debido a la sobreexplotación pesquera, la industrialización durante la época soviética y algunas algas tóxicas que las autoridades intentan erradicar, la situación ha mejorado en los últimos años y sigue siendo uno de los destinos de vacaciones más populares del país, con numerosas playas a lo largo del perímetro, donde hay oferta para practicar deportes náuticos y buceo.
Alzado sobre un cerro en una península que se adentra en el lago, despunta el monasterio de Sevanavank, que en verano se llena de turistas. Hay un camino para subir hasta allí que regala excelentes panorámicas de todo el entorno. Otra visita que merece la pena es el extraordinario cementerio de Noratus, con la mayor colección de khachkars que se puede contemplar en el país, las losas típicas talladas con cruces que se pueden encontrar en los centros religiosos de todo el país, algunos con más de un milenio de historia. Conviene pedir un plano en la entrada para identificar los más importantes, porque hay casi un millar.
Tras alimentar el espíritu, el grupo puede dedicarse a alimentar el cuerpo con los sabores que ofrece la zona. En la orilla, mesas rústicas bajo pérgolas de madera esperan con un festín sencillo pero suculento: truchas frescas del Seván, recién pescadas y asadas al fuego de leña o marinadas con especias, servidas con verduras de los huertos cercanos y el pan lavash que nunca falta. Por la tarde, un apacible paseo en barco ofrece otra perspectiva.
Diliján
Al abandonar la planicie en dirección noreste, el paisaje de Armenia se transforma en una paleta de verdes. La carretera serpentea entre colinas cubiertas de espesos bosques y, al llegar a Diliján, el aire se vuelve más fresco y puro, cargado de aroma de pino. Con razón llaman a esta región la “pequeña Suiza”. El pintoresco pueblo de montaña está rodeado de valles y lagos escondidos, mientras que las viejas casas de madera tallada con balcones adornados hablan de su larga tradición artesanal.
Por su puesto, el entorno es ideal para el senderismo. Muy recomendable es la excursión que recorre parte de la Ruta Transcaucásica hasta el lago Parz, con vistas preciosas, densos bosques y prados cuajados de flores en primavera. Son unos 16 km que se pueden cubrir en unas 4 horas. Lo ideal es prever un transporte para recoger al grupo y no repetir el mismo recorrido de vuelta.
El Parque Nacional de Diliján alberga también dos magníficos monasterios. El de Haghartsin incorpora tres iglesias y valiosos khachkars. El de Goshavank, a unos 20 km, fue uno de los principales centros culturales en los siglos XII al XIV. No lejos de aquí se puede vivir una divertida jornada para soltar adrenalina en Yell Extreme Park, con varias tirolinas, entre ellas la que parece ser la segunda más larga del mundo, de 2,3 km de longitud.
Alejada del turismo masivo, Armenia propone un itinerario al corazón de una cultura milenaria, con estupendos paisajes a los pies del Cáucaso y una impronta espiritual en algunos casos conmovedora, sobre todo cuando se dedica tiempo a observar a los feligreses en las iglesias, el mimo con el que encienden las velas y la devoción con la que salen sin dar la espalda a dios. Una tierra que ofrece autenticidad sin artificios y que carga al visitante de una energía especial, difícil de describir.