Su población no llega al medio millón de habitantes y su territorio no ocupa mucho más que Cantabria, pero suele estar en el top de los países más ricos del mundo. Brunei es uno de esos sitios que, aunque sabes más o menos por dónde cae, siempre hay que buscarlo en el mapa. Sin pararse a localizarlo, Mario Rivera hizo las maletas en cuanto le ofrecieron entrenar a la selección nacional de fútbol Sub 21 de Brunei.
Lujo, exotismo y un sultán. Posiblemente sea lo primero que evoca la idea de Brunei, un pequeñísimo y lejano país, ubicado en la isla de Borneo, rodeado por Malasia e Indonesia y bañado por el Mar de la China. Así podría empezar alguna de las historias de Salgari. Desde luego, para Mario Rivera es, desde el mes de febrero, la gran aventura de su vida.
Enfermero de carrera, este madrileño lleva sintiendo la pasión futbolera desde hace 20 años. Lo que empezó siendo un hobbie —entrenar en sus ratos libres a chavales—, le ha llevado desde a dirigir los pasos de la selección nacional Sub 21 de Brunei. ¿Y cómo se llega tan lejos? «Un amigo japonés, también entrenador, se enteró que había una vacante en la sub 21. Entrenar a una selección nacional es una gran oportunidad para cualquier profesional y no me lo pensé dos veces». Es decir, tardó más en llegar hasta allí que en hacer las maletas.
Mario vive por y para su trabajo: entrenar. Y después, más entrenamiento. Con fecha de vuelta en el horizonte —a mediados de mayo— pero con la intención de volver en septiembre, Mario se aloja en un hotel. Y por lo que cuenta, responde al clásico estilo asiático, es decir, habitaciones a lo grande. En su caso, para una estancia de cuatro meses no resulta demasiado incómodo.
Si se le pasara por la cabeza establecerse allí, lo tendría complicado para comprar una casa: «No se permite la compra de vivienda a los extranjeros, ni siquiera a los cónyuges de los nacionales; son muy protectores de lo suyo», explica. Y es que en un país tan pequeño, hay un alto porcentaje de inmigrantes, sobre todo malayos, indonesios y filipinos, la mano de obra habitual en la construcción.
Mario afirma que el pequeño universo de la Federación Nacional de Fútbol de Brunei es algo así como la ONU, con un montón de nacionalidades occidentales, aunque no es lo habitual en la calle: «De vez en cuando te encuentras con algún australiano, pero en alguna ocasión he visto a gente dándose codazos cuando me ven, no están acostumbrados a lo occidental. Eso sí, cuando llegas te reciben con los brazos abiertos». En Brunei, Mario es el exótico.
Si se tira de Wikipedia, cuesta hacerse a la idea de lo que se puede encontrar en Brunei. La actividad de Mario se lleva a cabo en la capital, Bandar Seri Begawan. Y, acostumbrado al ajetreo de las calles de Madrid, al principio le chocó que apenas haya aceras: «Aquí la gente va en coche a todas partes, no ves a nadie andando por las calles, entre otras cosas porque no es posible. Además, los precios del combustible son tan bajos que ni se lo plantean. El problema es que se han hecho demasiado sedentarios».
COMO EL REY DE LA SELVA
Cuando el fútbol deja algo de tiempo libre, toca ir al centro comercial: «no hay bares o restaurantes como tal; la vida empieza y termina en el mal», lamenta. Además, de vez en cuando, Mario aprovecha para hacer algo de turismo, aunque reconoce que no es un país pensado para esta actividad. De hecho, hasta le está costando encontrar el típico imán de recuerdo. Lo que más le ha llamado la atención es la exuberancia de la propia capital, con una cantidad ingente de vegetación que se mezcla con total impunidad entre los edificios. No en vano, a solo 15 minutos en coche es fácil sentirse un poco Tarzán en medio de la selva de Borneo, con cocodrilos, manglares y monos, «muchos monos». De mantener la riqueza natural se encargan la humedad y la lluvia, que cae pertinaz prácticamente todos los días «como si el mundo fuera a acabarse».
Otra de las atracciones es el hotel Empire, clasificado con 7 estrellas y al que Mario describe como un «disparate del lujo». De hecho, responde a la disparidad que es fácil hallar en Brunei, donde la vida laboral viene marcada por las pautas del Islam o las del sultán, y no siempre en el mismo orden. El entrenador se ha encontrado en un país en el que se respeta escrupulosamente la prohibición de vender y consumir alcohol o tabaco, donde se para sí o sí durante las cinco oraciones del día y dos horas cada viernes «No se puede echar ni gasolina, cierran absolutamente todo, hasta desaparece la recepcionista del hotel». Algo que hay que tener en cuenta y adaptar horarios en cualquier trabajo.
El sultán Muda Hassanal Bolkiah es la máxima (y única) autoridad en el país, quien rige los destinos de los bruneanos y, al mismo tiempo –cosas del petróleo—, sinónimo de lujo y ostentación. Acumula tanto que, además de un parking con 5.000 coches, puede presumir de un Museo de los Regalos que ha recibido. Sus súbditos —que reciben bonificaciones para alimentos, sanidad y educación gratuitas— le tienen tal admiración que raya en el endiosamiento, según Mario. Hasta tal punto, que si el sultán tiene a bien acudir a cualquier acto, la actividad se paraliza alrededor: «en una ocasión, acudió al centro de convenciones que está próximo al estadio donde trabajo y tuvimos que suspender el entrenamiento».
Sin duda, Brunei es un país lejano en costumbres y cultura. Pregunta obligada: ¿qué es lo que más se echa de menos? «Por supuesto, los clásicos: familia, amigos y la comida. Aquí no hay mucha variedad arroz y nooddles». Ya le queda poco para volver a cruzarse el mundo y regresar a casa, no precisamente a descansar, sino para seguir de cerca proyectos y negocios en Madrid al margen del fútbol; entre otros, uno de los bares de copas míticos de la capital. Y sí, también continuar con su sueño de entrenar a los grandes. De momento, lo ha conseguido en Brunei.