
Tallin es la ciudad de acogida de Gersom Arbelo, ingeniero grancanario que en 2014 conoció Estonia y allí ese quedó a vivir. En la actualidad, con su esposa Katri —estonia, la principal razón de su mudanza—, regenta una agencia especializada en slow tourism. Historia, nivel cultural, formación, digitalización y espíritu emprendedor se combinan con un clima amable durante buena parte del año, extensos bosques y la presencia constante del Báltico. Un destino con muchos argumentos para expatriarse.
TEXTO Á. MARTÍN
Gersom Arbelo (Las Palmas, 1975) llegó a Estonia por amor y allí se quedó. Esta república báltica, de historia y cultura tan inconmensurables como sus bosques, con apenas 1,4 millones de habitantes, destaca por su calidad de vida y por su carácter emprendedor. Fue un país pionero en el mundo de los nómadas digitales y despunta por su nivel educativo y por la digitalización, tanto el ámbito privado como en el público.
Ingeniero técnico industrial, con máster en energías renovables, educador ambiental y guía turístico, la actividad que ejerce actualmente, su conocimiento previo de Estonia era «prácticamente nulo». «Creo recordar un reportaje que vi en los noventa, de Informe Semanal, que hablaba de las repúblicas bálticas, pero sobre todo de Estonia y de sus bosques; esa imagen se me quedó grabada», rememora.
Para los amantes de las cifras y de la naturaleza: el 60 % del país es superficie boscosa. «Además de su biodiversidad, tiene también una gran riqueza histórica y está muy orgulloso de su pasado», asegura este canario. Como precisa, comenzó a entender bien la idiosincrasia del país, además de por su matrimonio con una estonia, cuando asistió a su Festival Internacional de Folclore, una impresionante manifestación cultural que se celebra cada cinco años y que es Patrimonio de la Unesco.
Gersom llegó al país en 2014 y encadenó temporadas estivales por trabajo. En invierno, «como las aves migratorias», regresaba al sur, a Gran Canaria. Antes había vivido en Madrid, en Londres y sobre todo el archipiélago canario. Pero después de la crisis del coronavirus llegaría su momento de emigrar definitivamente. «La pandemia en este país no se notó mucho en restricciones, solamente en los sitios públicos, y la actividad económica no se detuvo. De hecho, el país creció un 2,5 %», detalla.
En el primer vuelo que salió tras las restricciones se plantó con su esposa Katri en Tallin, la capital, donde residen desde entonces. La cultura les une. Ella es estonia, pero licenciada en hispánicas. Ambos son los responsables de la compañía Taste & Feel Estonia (www.tasteandfeelestonia.com), especializa en turismo lento, el que permite disfrutar de los destinos con otro ritmo, sin aglomeraciones, saboreando las experiencias. Y todo ello en estrecha conexión con la sostenibilidad ambiental y social.
Mundo emprendedor
Estonia es especial. A Gersom le encanta. En lo que respecta al mundo laboral, deja claro que en este pequeño país todo está a favor del emprendimiento y la cultura empresarial. «En primer lugar, por el alto nivel formativo. Toda la educación, incluida la universitaria, es gratuita, lo que permite que los estonios reciban una excelente formación. En segundo lugar, por su alta calidad. De hecho, el país ocupa el tercer puesto en el informe PISA. Y en tercero, por impresionante nivel de digitalización y la facilidad para crear empresas, incluso para los de fuera», enumera. No es una broma: la publicidad turística vende que cualquiera puede registrar su proyecto en cuestión de minutos con un móvil.
De hecho, Estonia es pionero en el modelo de nómada digital, un concepto muy arraigado en la sociedad, lo que se traduce en una legislación al efecto para regular y atraer a estos profesionales. No en vano, «el sector empresarial vinculado a la tecnología digital es el más importante de la economía estonia». Solo un par de ejemplos: la primera gran multinacional digital estonia fue Skype y ahora mismo la más potente es Bolt, de aplicaciones de movilidad, dos empresas fundamentales para entender el presente. «Actualmente una de las imágenes más icónicas de Tallin son unos robots para reparto de mensajería de esta compañía, que son completamente independientes y que puedes ver por las calles», explica. No obstante —matiza Gersom—, además de la tecnología también es muy importante el comercio, por su situación geoestratégica entre el mar Báltico y los mercados cercanos, como el ruso. Sus riquezas naturales también contribuyen a ello.
En lo que respecta a los atractivos del país, nadie como él, un guía especializado, para hablar de sus maravillas. «Su patrimonio cultural y artístico solo es superado por la inmensidad de sus espacios naturales. No en vano, las repúblicas bálticas se están descubriendo como unos destinos más que atractivos para los viajeros en busca de nuevas experiencias», comenta. Además, empresas como la suya, que muestran su cara más sostenible, contribuyen a que la experiencia sea más completa.
Un vecino incómodo
Gersom explica que la relación con Rusia «es compleja». Ambos países están condenados a entenderse, porque son vecinos, pero Estonia siempre está alerta, por lo que puede pasar. Llevan siglos pendientes del otro lado de la frontera. No obstante, además de un pasado común zarista y soviético, mantienen grandes relaciones comerciales y logísticas. Además, mucha población estonia es de origen ruso. Claro que, entre Rusia y Estonia (véase Unión Europea) no hay color a la hora de elegir. [Nota antropológica: los estonios no son eslavos, sino ugrofineses, que no es lo mismo. Tienen que ver más con los finlandeses que con los rusos. Otra cosa es que en sus tiempos formasen parte de la URSS].
La otra cara de la moneda la constituye la relación con las otras repúblicas bálticas: Letonia y Lituania. Como subraya Gersom, «las tres se llevan de maravilla, tienen una historia común enorme y avanzan juntas en muchos ámbitos. Son países con un gran nivel de vida, una cultura envidiable y una gran actividad comercial y empresarial. Las relaciones laborales y humanas entre ellas son fuertes, como fuerte es su sentimiento nacional frente a Rusia».
En el capítulo de añoranzas echa de menos lo normal: la familia, la gastronomía… y sobre todo la luz, especialmente en invierno, pues «hay meses en lo que el día solo dura seis horas». Luego están las cosas más entroncadas con el espíritu canario: «el oleaje del Atlántico, disfrutar de una puesta de sol con el Teide al fondo…». No echa de menos «el ruido, el bullicio, ni la aglomeración de personas». Tampoco quiere acordarse de «la competitividad mal entendida», el tratar de pasar por encima de los demás. «En Estonia —recuerda— hay mucha competitividad, pero en el sentido positivo del término». Todo suma.