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República Dominicana / EDUARDO CARRELLÁN

«Del dominicano llama la atención su alegría, el buen ambiente en el trabajo»

Eduardo Carrellán_expatriado República Dominicana
Eduardo Carrellán, a la izquierda, con un amigo en una playa dominicana.

Trabajadores alegres, vivienda cara, clima fantástico, tráfico caótico, burocracia enmarañada, naturaleza maravillosa… República Dominicana cambia cuando nos centramos en el mundo laboral, más allá de los resorts de Punta Cana. Eduardo Carrellán, sevillano de nacimiento, dirige varias plantas de generación de energía renovable en uno de los grandes destinos turísticos del Caribe y del mundo.

TEXTO ÁLVARO MARTÍN

Estados Unidos, Kenia, Chile, Perú, Reino Unido… El sevillano Eduardo Carrellán lleva toda la vida viajando y viviendo en países de prácticamente todos los continentes. Formado la marina mercante, desde hace años trabaja en el sector de la energía, actualmente en las renovables. Y eso precisamente es lo que hace en República Dominicana: trabajar para la compañía española Dominion Energy, que se dedica a la ingeniería y la producción de esta energía. En este país caribeño su actividad está centrada en la construcción, operación y mantenimiento de plantas fotovoltaicas.

Eduardo vive desde hace varios años allí con su esposa, María Isabel, en Playa Juan Dolio, entre Santo Domingo y Punta Cana, que pertenece a la localidad de San Pedro de Macorís. Nadie mejor que él para conocer el mercado laboral dominicano que, según su criterio, se halla dividido sobre todo en dos tipos de empresas. Por una parte están las grandes, que son multinacionales extranjeras o bien pertenecen a familias adineradas, normalmente de origen español o italiano. Los trabajadores de esas compañías tienen unas condiciones aceptables y seguridad. Además, sobre ellas recae la carga impositiva en el país. Junto a ellos se encuentran los profesionales liberales: abogados, médicos, etc.

En segundo lugar, estarían las microempresas, muy precarias: colmados, pequeños establecimientos, profesionales manuales, etc., con muy poca formación y que ganan el salario mínimo. Finalmente —y esto es un problema global, incide Eduardo— la mano de obra ilegal, procedente de Haití especialmente, que vive en condiciones de semiesclavitud, sin acceso total a educación y sanidad, y se concentra en la construcción, la agricultura o la pesca.

Lo que resulta llamativo del mercado laboral dominicano es la idiosincrasia de los trabajadores. «Siempre están alegres, hay un ambiente de trabajo fantástico. En nuestra compañía están organizando continuamente encuentros y celebraciones. Es muy llamativo». Por el contrario —asegura— la productividad general es inferior a la que Eduardo ha comprobado en otros países: «Encontrar un buen trabajador en este sentido es muy difícil». Además, otro aspecto es la falta de conciliación familiar, no existe. «Nosotros hemos creado el primer equipo de mujeres que trabaja en una planta fotoeléctrica, y que además han podido estudiar a la vez, pero no es lo normal», explica.

Aviso para expatriados

Eduardo incide en tres aspectos fundamentales para los expatriados. En primer lugar, la dificultad para legalizar la situación. «Si quieres hacer las cosas bien cuesta mucho tiempo y dinero. El visado, aunque en teoría puede ser por 60 o 90 días, en realidad solo es válido 30 días, lo que obliga a tener que salir y entrar muchas veces del país. Además, la documentación que te piden es muchísima y muy cara. Y todo para lograr un permiso temporal por un año, que luego hay que renovar hasta los tres años, cuando ya se puede optar a la residencia permanente», detalla. «En mi caso, a mi empresa le ha costado mucho dinero y tiempo regularizar mi estancia».

Otro aspecto importante es el nivel económico. «Vivir en República Dominicana es caro. Si hablamos de zonas que estén bien, para perfil de trabajadores extranjeros, partiríamos de entre 1.000 y 1.500 dólares al mes de alquiler». Otra cosa son las zonas más modestas, donde por 300 o 400 dólares se puede vivir razonablemente bien. «Eso lo están haciendo, por ejemplo, jubilados españoles, que con su pensión se adaptan muy bien». En lo que respecta a la salud, es necesario contar con un seguro médico. «Aquí dicen en broma que cuándo vas a un hospital, o te mueres o te arruinas». Por eso, las empresas, como en su caso, aportan una póliza privada a sus trabajadores expatriados.

En ciudades como Santo Domingo, la capital, hay de todo, «zonas muy buenas, de gran nivel, pero el resto están muy degradadas». En las localidades junto a la costa los contrastes también son altos: «las hay muy bien cuidadas, con mucho turismo y otras que están completamente dejadas».

Según Eduardo, conducir es un auténtico infierno, si es que se consigue el permiso, que para un extranjero es difícil. «El tráfico es un caos, hay muchísimo, no se respeta nada… Llevo conduciendo cuarenta años por todo el mundo y solo aquí he tenido un accidente», recuerda. Otra cosa que llama la atención es la ausencia de variedad en los supermercados fuera de la capital: «Faltan bastantes productos, sobre todo frutas y verduras y, curiosamente, pese a ser una isla, compartida con Haití, el pescado es escaso y caro».

Por otra parte, hay todavía un déficit en las comunicaciones. La conexión a internet no es tan buena como debería en muchos sitios y eso provoca, por ejemplo, que prácticamente todas las relaciones laborales sean presenciales. «Se pueden mantener conferencias telefónicas, pero no videollamadas desde cualquier parte como en España». Este es el principal hándicap para los nómadas digitales que se establecen en el país.

A nivel personal, en sus desplazamientos a España, si son de trabajo los hace con Iberia o Air Europa. «Viajar aquí es caro, pese a que hay vuelos todos los días». Para sus desplazamientos personales utiliza la low cost World2Fly, que por un precio asequible da un servicio bastante interesante. Además, reservando directamente en su web sale más barato, por lo que no suele usar app especializadas. Para el alojamiento apuesta por Booking.com.

Y llegan las preguntas obligadas. Solo hay una cosa que echa de menos Eduardo de España: la familia. Lo que sí tiene claro es lo que no echa de menos: «El postureo y las tonterías de los políticos». Y también, reconoce, las condiciones laborales, «con unos horarios que impiden conciliar en trabajos mal remunerados». Un clásico en la opinión de los expatriados.