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RIVERSIDE LUXURY CRUISES. Melodías del Rin

TEXTO Y FOTOS FERNANDO SAGASETA

Riverside Debussy_Emmerich am Rhein

Navegar por el Rin a bordo del Debussy no es simplemente una forma de viajar, sino una declaración de estilo. En un mundo saturado de experiencias estandarizadas, este crucero fluvial de la compañía Riverside Luxury Cruises propone otra manera de conocer Europa: íntima, sosegada y envuelta en un lujo discreto, que se percibe más en la calidad de los detalles que en la ostentación.

Riverside Luxury Cruises, propiedad de la familia Gerlach, es relativamente joven en el ámbito de la navegación fluvial, pero con una sólida trayectoria hotelera gracias a su marca Seaside Collection. Fundada por Theo Gerlach —hoy nonagenario— y gestionada actualmente por sus dos hijos, la cadena cuenta con establecimientos de alta gama en Alemania, Canarias y Finolhu (Maldivas). Entre sus hoteles se encuentran el Gran Hotel Residencia 5*GL de Maspalomas, el más exclusivo de la isla; el Sandy Beach, en la playa del Inglés; o el Palm Beach, de inspiración retro, todos ellos en Gran Canaria; así como el renovado Los Jameos, en Lanzarote, que abre en agosto; y otros en ciudades como Hamburgo, Leipzig y Dresde.

En 2022, Riverside adquirió cinco barcos de la compañía Crystal Cruises tras su quiebra, provocada por la pandemia. Cuatro de ellos idénticos entre sí y un quinto más grande, diseñado para navegar por el Danubio, componen una de las flotas fluviales más lujosas de Europa. El Ravel, el Mozart y el Debussy llevan operando desde 2023 por el sur de Francia, a través del Ródano, uniendo cultura y enología; por Baviera y el Bajo Danubio, donde en temporada invernal también paran en los mercadillos navideños; y por el Rin, entre los Países Bajos y Alemania.

Un concepto íntimo y personal

El Debussy es un barco de pequeñas dimensiones si se compara con los grandes cruceros marítimos, pero en ese tamaño radica buena parte de su atractivo. Con sus 55 suites y capacidad máxima para 88 pasajeros, ofrece una experiencia tranquila y personalizada. Cada cabina, de exquisito diseño, cuenta con un frontal completamente acristalado que permite seguir el curso del río en visión panorámica desde la cama, uno de los placeres más sencillos y a la vez más estimulantes del viaje.

El servicio, atento sin ser intrusivo, alcanza cotas difíciles de encontrar incluso en hoteles de cinco estrellas, con mayordomo las 24 horas. La ratio de personal por pasajero es casi de 2:1, lo que se traduce en un ambiente donde todo parece estar previsto de antemano, desde una copa lista tras una excursión hasta una recomendación certera en la carta de vinos.

Gastronomía de altura sin rigideces

La oferta gastronómica a bordo refuerza esta idea de lujo sin rigideces. El restaurante Waterside presenta menús inspirados en los productos locales de cada región que se atraviesa, con platos visualmente cuidados y una técnica culinaria impecable. Aquí se pueden encontrar recetas tradicionales, como el rheinischer sauerbraten, un estofado típico de Renania, o postres alsacianos, como el kougelhopf. Para veladas aún más exclusiva, la Vintage Room propone cenas privadas de maridaje para grupos reducidos, previa reserva. También existe un bistró informal, ideal para tomarse tiempo con el desayuno, mientras que la cubierta superior ofrece tapas y tentempiés, a los que algunos días se añaden sabrosas barbacoas, todo con vistas privilegiadas del paisaje fluvial.

A bordo no hay turnos fijos ni códigos de vestimenta estrictos. El ambiente es relajado y elegante a la vez. El objetivo: que el viajero disfrute sin preocuparse de nada más. Para grupos de incentivo el plan no puede ser más atractivo, un espacio donde compartir momentos divertidos, deleitarse con la buena mesa y descubrir los mejores destinos cómodamente, gracias a las excursiones cuidadosamente seleccionadas, con guías en varios idiomas. También se pueden personalizar partes del barco con imagen corporativa o incluso chartearlo entero, eso sí, contratando con bastante antelación para ajustar su planificación.

El itinerario “Joyas del Norte del Rin”, con salida desde Ámsterdam, permite recorrer en solo cinco días algunos de los lugares más atractivos de los Países Bajos y Alemania occidental, con escalas en Enkhuizen, Lelystad, Emmerich, Düsseldorf y Colonia. Una travesía densa en historia, paisajes y contrastes urbanos, sin necesidad de hacer y deshacer maletas.

Ámsterdam: canales y vida urbana

Saliendo temprano desde España se puede llegar al barco atracado en Ámsterdam a tiempo para comer y dar una vuelta por la ciudad, antes de emprender la navegación, cuando cae la noche. La capital neerlandesa no necesita presentación. Lo primero que apetece es un buen paseo desde la imponente Estación Central, muy cerca del muelle, para dejarse seducir por la vibrante vida en la calle, sobre todo cuando hace buen tiempo. La Plaza Dam, el Mercado de las Flores o el Barrio Rojo no pueden faltar. Eso sí, cuidado con los ciclistas. No perdonan a los peatones despistados.

Una de las excursiones destacadas es el “Crucero de postres”, que recorre los canales en una embarcación de menor tamaño. Durante el trayecto, amenizado con evocadora música de acordeón, hay tiempo para beber champán acompañado con quesos artesanos y las imprescindibles bitter balls, esas croquetas tan sabrosas, sobre todo impregnadas de mostaza, para acabar con postres típicos. Mientras, se van conociendo curiosidades de la ciudad de los 1.500 puentes y las 2.500 casas flotantes, como el porqué de los tejados planos —una imposición napoleónica— o de las fachadas negras, un aviso de los tiempos medievales para evitar contagios.

La ruta pasa por la casa de Ana Frank, el Magere Brug —puente levadizo doble— y la Muntoren o Torre de la Menta. En paralelo, es fácil entender por qué esta ciudad, tan funcional como bella, es también un símbolo de resiliencia e innovación. De vuelta al Debussy, a eso de las 22h, arrancan los silenciosos motores del barco para dejarse mecer por el río, mientras la noche avanza suavemente dejando atrás una ciudad iluminada por reflejos dorados.

Enkhuizen: tulipanes y tradiciones

La escala en Enkhuizen lleva al visitante al corazón de la cultura floral holandesa. La excursión a la granja Pronk, en Avenhorn, permite comprender la sofisticación y exigencia del cultivo de tulipanes. La familia, que lleva desde 1959 dedicada a esta actividad, cultiva 7 millones de flores anualmente, entre invernaderos y campos al aire libre. Lo más sorprendente es que los tulipanes se cortan en plena floración para concentrar la energía en los bulbos, que son el verdadero producto comercializable.

En la granja también se explica el origen otomano del tulipán, el proceso genético detrás de sus colores y variedades, en torno a las 3.000, y cómo un bulbo puede generar hasta 300 semillas, aunque solo tras varios años y cuidados muy específicos. El símbolo nacional por excelencia de Países Bajos es también una muestra de cómo la naturaleza y la técnica pueden ir de la mano. Antes de la recolección, los extensos campos multicolor por toda la región son todo un espectáculo.

Lelystad: ingeniería y naturaleza

Lelystad es un ejemplo vivo de cómo los Países Bajos han modelado su territorio. Construida en 1967 sobre terrenos ganados al mar, esta ciudad moderna ofrece dos visitas complementarias: el parque natural de Oostvaardersplassen y el museo Batavialand.

La reserva, de 5.600 hectáreas, es uno de los proyectos de rewilding más ambiciosos de Europa, donde conviven águilas marinas, caballos salvajes y ganado adaptado. Protegida desde 2018, es un ejemplo de cómo incluso en un país tan densamente poblado se pueden recuperar espacios medioambientales significativos. Tras un pequeño recorrido a pie por la naturaleza, el grupo puede realizar un paseo en barco por los canales, atravesando esclusas de hasta 6 metros.

Por su parte, Batavialand ofrece una inmersión en la historia naval neerlandesa con una réplica exacta del buque Batavia, del siglo XVII. Se visita también un astillero en activo que utiliza técnicas tradicionales y un centro de interpretación donde conocer mejor las técnicas para ganar terreno al mar mediante pólderes y diques, como el monumental Markerwaarddijk que une Lelystad con Enkhuizen.

Emmerich: la última ciudad alemana del Rin

Cruzando la frontera alemana, Emmerich am Rhein aparece como una ciudad discreta, pero con historia. Antiguo miembro de la Liga Hanseática, fue prácticamente arrasada durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy, su paseo ribereño y el puente colgante de 1965 —el más largo de Alemania— ofrecen una imagen tranquila y amable.

Destacan la iglesia de San Martini, donde un Cristo tendido en el suelo capta todas las miradas, y el PAN Kunstforum Niederrhein, un centro de arte moderno con más de 95.000 carteles, llamativo para una ciudad de su tamaño. Aquí, como en muchas otras localidades ribereñas, el agua lo condiciona todo: la economía, la historia y la relación con el entorno.

Por la tarde llega el tour por Nimega, a los pies del río Waal, una bifurcación del Rin, considerada la ciudad más antigua de Países Bajos, con permiso de Maastricht, cuyos habitantes se atribuyen también ese honor. Fundada por los romanos, es un gusto perderse por sus callejuelas, donde aparecen ruinas medievales, una magnífica iglesia gótica y un centro urbano peatonal vibrante en torno a la plaza de Grote Markt.

Düsseldorf: arquitectura, cerveza y modernidad

La penúltima parada del crucero es Düsseldorf, capital de Renania del Norte-Westfalia, una de las ciudades con mejor calidad de vida de Alemania. Su centro histórico alberga monumentos como la iglesia de San Lamberto, la casa de Heinrich Heine o la “barra más larga del mundo”, un conjunto de cervecerías en el centro peatonal que ofrecen Altbier, literalmente “cerveza vieja”, la variedad local de alta fermentación.

Entre las excursiones, destacan el paseo histórico con entrada al museo de navegación más antiguo del país, el recorrido gastronómico por el mercado de Carlsplatz, con sus primorosas tiendas de alimentación y artesanía, o el “safari” por cinco cervecerías tradicionales. La cocina española tiene un lugar destacado, con una inusual concentración de restaurantes en la callejuela Scheneider Wibbel. Los nombres lo dicen todo: El Amigo, El Gitano, El Flamenco, Las Tapas…

La ciudad es conocida por su vínculo con la moda y por la escena tecno, con un grupo pionero como Kraftwerk, que revolucionó la música en los años 70 desde el estudio Kling Klang, aún en activo. El toque rabiosamente moderno también se percibe en la zona de MedienHafen, el antiguo puerto industrial, transformado en un foco de arquitectura contemporánea, cultura y gastronomía, donde deslumbran los edificios de Frank Gehry, con sus fachadas onduladas de titanio, al estilo Guggenheim de Bilbao, pero en pequeñito y de uso residencial.

Tampoco es mala idea subir a la omnipresente Rheinturm, la construcción más alta de la ciudad, con sus 240 m, donde disfrutar de vistas 360º —hasta la catedral de Colonia se divisa en días despejados— o cenar en su restaurante giratorio. Otra zona que merece mucho la pena es Stadtmitte, justo entre el parque de Hofgarten y la elegante avenida Königsallee. Y un apunte más para los foodies: la numerosa comunidad japonesa, la mayor de Europa continental, que reside sobre todo al otro lado del Rin, ha influido notablemente en la oferta gastronómica local.

Colonia: cultura y reconstrucción

El viaje concluye en Colonia, una ciudad con una historia densa y marcada por la destrucción durante la guerra. Fue el tercer enclave más bombardeado del conflicto, tras Berlín y Dresde, pero logró conservar su catedral gótica, declarada Patrimonio de la Humanidad. El 90% sigue siendo original, un milagro patrimonial que se explica en parte por la retirada preventiva de sus vidrieras al inicio del conflicto, lo que evitó mayores daños de las ondas expansivas. Su característico tono negruzco, debido al carbón de los trenes de la cercana estación, no tiene mucho remedio. La delicada arenisca de la fachada impide la limpieza con agua a presión. El interior atrapa por su extraordinaria ligereza, con sus cinco naves sin capillas. Los más osados pueden ascender los 533 escalones de la Torre Sur para divisar el horizonte.

La visita guiada permite conocer otros puntos clave: el puente Hohenzollern, con su medio millón de candados, o lo que es lo mismo, 45 toneladas de declaraciones de amor; el agradable paseo fluvial a lo largo del Rin; la fuente de los Heinzelmännchen, con sus duendes legendarios que hacían el trabajo de los ciudadanos, y diversos mercados históricos. Aunque parezca mentira, Colonia presume de acoger uno de los carnavales más grandes del mundo. La tradición comienza el día 11 del mes 11 a las 11 de la noche y se extiende hasta febrero. Sí, Colonia también se baila, se celebra y se recuerda, como el resto de las etapas que el explora el Riverside Debussy.

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