Más de sesenta municipios en torno al río Jalón dan para mucho. Para una atracción natural de primera magnitud, como el Monasterio de Piedra, o para un recorrido por bodegas de solera con denominación de origen. También para visitar algunas joyas del patrimonio mudéjar o mimar el cuerpo en sus magníficos balnearios. La Comarca Comunidad de Calatayud, al suroeste de la provincia de Zaragoza, reserva estas gratas sorpresas y alguna que otra más…
Seguramente el primer acercamiento para muchos visitantes de la región sea el Monasterio de Piedra, todo un imán que se puede completar con muchos más planes para un grupo de incentivo en dos o tres días de ruta. Lo que quizá pocos conozcan es que se trata de un jardín decimonónico de carácter privado, aunque abierto al público por empeño de un tal Juan Federico Muntadas. El rico heredero fue consecuente con ese pensamiento, atribuido al abuelo de Eduardo Chillida, el escultor donostiarra del que este año celebramos el centenario de su nacimiento: “lo que es de uno es casi de nadie”.
Por aquella época, Muntadas ya acreditaba un currículo notable: político, escritor, filósofo, traductor, abogado, piscicultor… El folleto un tanto hagiográfico del parque lo señala como uno de los pioneros de la sostenibilidad, porque en lugar de explotar en su provecho una hacienda rica en pesca, caza y madera, decidió abrirla al disfrute de la gente. Y para facilitar las visitas, rehabilitó las celdas del monasterio cisterciense adquirido por su padre en 1840, tras la desamortización de Mendizábal.
Ante una belleza tan sobrecogedora, Muntadas realizó importantes inversiones en el desbroce y acondicionamiento de senderos, creó la primera piscifactoría de España y se dedicó a divulgar las maravillas del lugar a través de diversos escritos. También invitó a personalidades de la cultura de entonces a conocer un reducto sumamente representativo del espíritu del Romanticismo, imperante a mediados del s.XIX. Allí se dedicaron al recreo, pero también recibieron inspiración natural, ilustres como el premio Nobel Ramón y Cajal, el violinista Pablo Sarasate o el arquitecto Rafael Guastavino, entre otros.
Al margen de los apuntes históricos, sin duda interesantes, lo suyo es descubrir los innumerables rincones que ofrece el parque, salpicado de saltos de agua en sus más diversas manifestaciones, por obra y gracia del río Piedra. Los nombres de las cascadas ya dicen mucho: Iris, Cola de Caballo, La Caprichosa, Los Chorreaderos, Trinidad… Además hay grutas, como la Bacante, el Artista, la Pantera o la Carmela; lagos, como el de los Patos o el del Espejo; e imponentes peñas, como la del Diablo; así como fuentes y miradores.
Decir perderse sería demasiado, porque hay un itinerario bien delimitado del que no está permitido salir. En cualquier caso, todo el entorno guarda un cuidado equilibrio entre la obra de la naturaleza y la intervención humana. Por ejemplo, esos extraordinarios plátanos de 25 metros de altura alineados a lo largo de un paseo, plantados por su alto valor ornamental.
El camino espiritual
Y de lo natural a lo más espiritual. El nombre de Monasterio de Piedra viene del convento de la orden del Císter, cuya fundación fue impulsada por los reyes Alfonso II y Sancha de Castilla en el siglo XII. Para ello, 12 monjes de Poblet eligieron este paraje idílico siguiendo las enseñanzas de San Bernardo de Claraval, quien afirmaba que para llegar a Dios «más se aprende en los bosques, en los cauces de agua y en las piedras que en los libros». Toda una declaración de principios. Los hermanos habitaron sus muros durante 640 años, hasta 1835, cuando llegó la desamortización eclesiástica y, tras su posterior subasta, cayó en manos de los Muntadas.
La visita, incluida en la entrada del jardín, recorre el claustro, la sala capitular, una de las dependencias más elegantes del cenobio —donde se realizaban las confesiones públicas y se imponían las penitencias— o la barroca Puerta de Santa María, que comunicaba con la iglesia abacial, de la que se conservan solo algunas partes sin techado. Es de los pocos templos del país en estado de semiruina que está consagrado y sigue celebrando ceremonias religiosas de tarde en tarde.
Como no podía ser menos, dada su ubicación, la producción de vino fue una de las tareas más arraigadas entre los clérigos. Tenían asignada una jarra diaria y el resto lo vendían en Calatayud y Daroca. La antigua cillería se ha convertido en un museo del vino. De la misma forma, la cocina hace ahora las veces de museo del chocolate. Según la tradición, en sus fogones fue donde se elaboró por primera vez en toda Europa y fue por mediación de Fray Jerónimo de Aguilar, miembro de la expedición de Hernán Cortés, que tuvo el detalle de enviar al monasterio unos sacos de cacao junto con la receta.
Los que quieran disfrutar más tiempo de todo el entorno tienen a su disposición el hotel Monumento & Spa Monasterio de Piedra, ubicado en el claustro nuevo, que data del siglo XVII, con un total de 62 habitaciones donde se ubicaban las celdas de los monjes. Por supuesto, las comodidades de antes y las de ahora no tienen nada que ver. Por lo demás, cuenta con piscina exterior, zona de wellness, restaurante, bar, salas de reuniones, jardines y aparcamiento. Al entrar, resulta de lo más llamativa la escalera renacentista con sus tramos de tijera y la barandilla de hierro forjado.
Tierra de vinos
Además de agua a borbones, la región de Calatayud es conocida por el vino, como ya apreciaron los monjes. Se trata de una de las zonas vinícolas más altas de España, donde la recolección tiene un alto componente manual, por las dificultades orográficas para mecanizar el trabajo. Otra peculiaridad es que los rendimientos por cepa son bajos y el cultivo se desarrolla sin apenas incidencias de plagas y enfermedades. Además, los inviernos son muy fríos y los veranos calurosos. La denominación de origen tiene a la variedad garnacha tinta como uva predominante. Algunas plantaciones superan los 50 años de antigüedad y son conocidas como “viñas viejas”.
Loa amantes del maridaje sabrán apreciar también algunas delicias gastronómica locales, como las verduras —especialmente la borraja—, la carne de ternasco, criado en los pastos de las sierras, o los chocolates, junto con los bizcochos y las frutas confitadas. Aunque se encuentre lejos del mar, el congrio es otra de las estrellas de la cocina bilbilitana, ya que durante siglos era intercambiado con el pueblo gallego por cuerdas y maromas.
La Ruta del Vino de Calatayud (www.rutadelvinocalatayud.com) propone un sinfín de actividades relacionadas con la cultura enológica. Empezando por visitas a bodegas de gran reputación, como Castillo de Maluenda, Langa, Virgen de la Sierra, Lugus, San Alejandro o Esteban Castejón. Por supuesto, además de recorrer las instalaciones y aprender detalles sobre el proceso de fabricación, no faltan las catas.
Pero el enoturismo da para mucho más. San Alejandro ofrece la oportunidad de ser enólogo por un día y crear un caldo propio. También dispone de salones para eventos y alberga la exposición “Teatro de la Naturaleza y los Sentidos”. Lugus organiza excursiones en bici de montaña o andando por su viña, en Belmonte de Gracián. El balneario de Alhama de Aragón cuenta en su carta de tratamientos ideas tan sugerentes como los baños de vino combinados con sus aguas medicinales, así como la exfoliación e hidratación cutánea con el sabroso líquido.
Por su parte, el balneario Sicilia incluye entre sus servicios masajes con aceite de pepita de uva, con grandes propiedades regeneradoras, tratamientos corporales de uva roja o un curioso recorrido por siete salas diferentes integradas en un espectacular paisaje, con piscina de flotación que permite escuchar la música a través del agua, canales de contrastes, biosauna, terma de aromas, baño japonés… Y para finalizar, degustación de ibéricos y vino de la tierra.
Las rutas incluyen, cómo no, una serie de recomendaciones de restauración en sitios con el prestigio del mencionado Mesón de la Dolores, Casa Escartín o El Castillo, en Calatayud; Reyes de Aragón, en Nuévalos; o los restaurantes de los balnearios de Alhama de Aragón y Sicilia. Como curiosidad, el Hotel Restaurante Fornos, en la capital de la comarca, celebra sesiones de poesía y vino los últimos viernes de cada mes de septiembre a junio.
Hoces y grutas
Con agua, comida y algo de vino bien se puede salir a recorrer montes, barrancos y veredas, muy abundantes por la zona. Uno de los parajes más espectaculares es el barranco del río Mesa, y algunos tributarios, como el de la Hoz Seca, un espectacular entorno de cañones fluviales con altísimos paredones calcáreos sobrevolados por gran cantidad de buitres leonados y no tantas águilas reales, alimoches o halcones peregrinos. Tras una larga pendiente se llega a unas pinturas rupestres de tipo levantino descubiertas recientemente.
En la confluencia de los ríos Piedra, Mesa y Ortiz, a unos tres kilómetros aguas arriba del pueblo de Carenas, se encuentra el embalse de La Tranquera. Además de su utilidad como abastecedor de aguas de boca y de riego, tiene una indudable vertiente turística, con actividades lúdicas como la pesca o los deportes acuáticos. En su entorno, fundamentalmente en Nuévalos, hay diversas empresas que ofrecen estos servicios.
A poca distancia se encuentra la Gruta de las Maravillas, en las afueras de Ibdes, con estalactitas y estalagmitas de 50.000 años de antigüedad. Cruzando la carretera se derrama con fuerza el llamativo salto de la Paradera. Desde Jaraba en dirección a Calmarza se suceden desfiladeros y algunos paisajes realmente sobrecogedores. Algo más alejada, en el extremo suroriental de la comarca, próxima a Daroca, aparece la Laguna de Gallocanta, que concentra cada invierno más de cien mil aves, unos de los paraísos ornitológicos más relevantes de Europa.
Calatayud
Para terminar, la propia ciudad de Calatayud bien merece unos cuantos paseos. Su centro fue declarado Conjunto Histórico Artístico en 1967, gracias a los numerosos edificios históricos que aún quedan en pie, junto a otras partes en franca situación de ruina denunciada por los vecinos en diversas pintadas. Nada más acceder por la plaza del Fuerte, el visitante se encuentra con la iglesia de San Juan del Real, con una fachada sencilla pero con interesantes riquezas en el interior, especialmente las pechinas de la cúpula, decoradas con lienzos de Francisco de Goya cuando apenas contaba 20 años, una buena ocasión para descubrir los primeros pinitos del artista.
Siguiendo por la calle Baltasar Gracián se llega hasta el templo más importante de todos, la colegiata de Santa María, con una magnífica portada de alabastro y un interior barroco no menos destacado, entro otros estilos. La torre, con sus 69 metros de altura —un emblema indiscutible de la localidad—, el claustro y el ábside mudéjares están declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 2001. En el mismo recinto vale la pena dar una vuelta por el museo, con piezas de platería, ornamentos y conjuntos textiles bien conservados y de gran calidad.
No en vano, la Comunidad de Calatayud cuenta con el más amplio patrimonio mudéjar de Aragón, que es lo mismo que decir del mundo. Además de Santa María, hay destacados ejemplos en la iglesia de Santa Tecla, de Cervera de la Cañada, y en la Virgen de Tobed; sin olvidar las torres de Ateca, Belmonte de Gracián, Fuentes de Jiloca, Orera, Terrer y Monterde; o los templos de Torralba de Ribota, Aniñón, Morata de Jiloca o Maluenda.
Otro de los monumentos de la capital con indudable interés por su enorme carga histórica es San Pedro de los Francos, donde juró como heredero del Reino el príncipe don Fernando, posteriormente conocido como El Católico. Mucho tiempo después, en 1978, aquí se constituyó la primera Diputación General de Aragón. De arquitectura ojival, su torre mudéjar fue retirada a mediados del s. XIX para evitar su derrumbe, debido a su acusada inclinación.
El toque folclórico lo aporta un mesón popularizado por la famosa ópera de Tomás Bretón, entre otras obras: «Si vas a Calatayud, pregunta por La Dolores, que una copla mató, de vergüenza y sinsabores…» Se refiere a la leyenda que corrió de boca a en boca desde mediados del s. XIX sobre María Dolores Peinador, joven de buena familia y muy agraciada, pero que acabó en la miseria, entre otras cosas por las disputas que mantuvo con su padre por la herencia. Aunque la realidad y la ficción están muy mezcladas, con el tiempo el personaje pasó de la ignominia al ensalzamiento.
La que fuera Posada de San Antón hoy acoge el Museo de La Dolores, que repasa su historia a través de documentos, piezas teatrales y cinematográficas, vestidos de la época y el baúl de la mismísima doña Concha Piquer, protagonista de la película del mismo nombre rodada por Florian Rey en 1940. El Museo también cuenta con un centro de interpretación de la Denominación de Origen de Calatayud. Los que no se sientan muy atraídos por estos reclamos, también pueden comer y beber en la pintoresca fonda.
Siguiendo hacia la salida del noroeste, aparece la basílica-colegiata del Santo Sepulcro, que alberga un claustro mudéjar muy representativo de los que se encuentran en Aragón. Un poco más allá, a unos 4 km, está el yacimiento de Bílbilis, una ciudad celtíbero-romana con restos arqueológicos de un gran foro, un teatro, termas y numerosas viviendas. También es el referente para el gentilicio de los habitantes de Catalayud. Desde la colina, de alto valor estratégico en la época, se domina el acceso desde el valle del Ebro a través del río Jalón. Un buen lugar para iniciar la conquista.
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