El Bierzo invita a dejarse llevar por los sentidos en cada pisada, en cada piedra y en cada cucharada. Entre las curvas de valles y montañas se dibujan paisajes y pueblos, castillos y unos cuantos peregrinos siguiendo el camino de caminos hacia Santiago. Y como plato estrella, las Médulas, la mejor herencia que dejaron los romanos en este trozo de León que tiene bastante de Galicia y también de Asturias.
Hay lugares donde parece que el tiempo solo pasa entre los pétalos de las flores y donde apetece perderse hasta que pase la próxima hoja del calendario. En un rincón de León, entre Asturias y Galicia, la comarca de El Bierzo es un festival continuo para los que gustan presumir de ser más rápidos que nadie con el gatillo del objetivo de una cámara. Aunque la primera recomendación para sumergirse de lleno en su encanto sea, precisamente, olvidarse de móvil y cámara, abrir los ojos y disfrutar.
Y escuchar, sobre todo el silencio que, dicen, reina en estos contornos desde que San Genadio mandara callar el murmullo de los arroyos golpeando una roca con un callado. Así cuenta la leyenda por qué en el valle del Silencio se oye poco más que el zumbar de las moscas. Porque, aunque el santo quisiera callar a la naturaleza para poder meditar sus cosas, aquí el verdadero placer es dejarse llevar por sus sonidos.
Tan alejados de la rutina del resto del mundo como las calles de Peñalba de Santiago, uno de los pueblos que no suele faltar en las listas de los más bonitos de España y que fue fundado precisamente por el bueno de Genadio.
Al abrigo de los montes Aquilianos se extiende un mar de tejados de pizarra, calles y casas de piedra —seña de identidad de la arquitectura berciana— apiñándose en torno a la iglesia de Santiago. Construida en tiempos de Ramiro II, allá por el siglo X, es uno de los mejores ejemplos del estilo mozárabe. Y también de los mejor conservados, como el resto del pueblo. De hecho, hay que dejar el coche para poder disfrutar de la tranquilidad de sus calles en las que el tiempo parece haberse dormido.
Hacia Santiago
Uno de los hilos conductores de El Bierzo es el camino de Santiago, que llega desde Astorga para adentrarse en Galicia. La Cruz del Ferro marca el punto más alto que tendrán que superar los peregrinos en todo el camino, a 1.500 metros de altura. Situada en el puerto de Foncebadón, ‘frontera’ natural entre el Bierzo y la Maragatería, la tradición manda que quien rebase este límite, tiene que añadir una piedra al montículo. O algo de su pueblo o país. Así que se ha convertido en una peculiar colección de recuerdos del mundo entero.
El primer pueblo del camino de Santiago berciano es El Acebo de San Miguel que, literalmente, son dos calles empedradas con balcones de madera pero, con tal encanto, que merece la pena verlas. Cerca se fundó en el siglo VII el monasterio de San Justo y Pastor, cuya fragua medieval se puede —y debe— visitar en Compludo. Ya no solo porque, según otra leyenda, aquí se forjara la espada del mítico Pelayo, sino porque está enmarcada entre el bosque y el río Meruelo, que alimenta todavía esta fragua todavía en uso para los turistas.
La ruta por la montaña llega hasta Molinaseca, otro punto en el que es obligatorio parar en cualquier recorrido por El Bierzo. Sobre todo, para los peregrinos que van a Santiago y que entran en la localidad atravesando un puente romano sobre el Meruelo. Un poco antes, el santuario de Nuestra Señora de las Angustias surge entre las rocas para dar la bienvenida a esta localidad, en la que los balcones llenos de flores de la calle Real ponen difícil mirar al suelo adoquinado para no perderse entre plazuelas y callejas. Y aunque en pleno Camino de Santiago sea habitual dar con cruceros y figuras del santo, no lo es tanto encontrar figuras de Buda, como la que está tallada en un nogal de la localidad.
Ponferrada, ciudad de templarios
A seis kilómetros de Molinaseca se abre la capital de El Bierzo, la ciudad del puente de hierro: Ponferrada. Para dar protección a los peregrinos los monjes guerreros de la orden del Temple construyeron en el siglo XI un castillo que se ha convertido en el emblema de la ciudad. Los templarios también encontraron en una encina a la patrona de ciudad que hoy descansa en una basílica.
Ponferrada tiene, además, un casco histórico de casas blasonadas; una torre del reloj que sigue marcando las horas desde lo que fue la muralla; museos dedicados al ferrocarril y a la energía e, incluso, uno que rinde homenaje al mundo radiofónico de Luis del Olmo en la casa de Los Escudos.
También un montón de buenos sitios para dedicarse a la estrella de la gastronomía berciana: el botillo. Con denominación IGP, es el típico plato que bien merece ser acompañado por un buen vino de la DO El Bierzo y un par de horas de sobremesa. La ciudad de los templarios es también la mejor opción para dormir como punto base para descubrir el resto de la comarca.
Las Médulas, el oro de El Bierzo
Los romanos ya habían puesto sus ojos en las tierras bercianas unos cuantos siglos antes de la llegada de los frailes guerreros. Y, sobre todo, en lo que guardaban en su interior: el oro. El mejor testimonio lo encontramos en el paraje de Las Médulas, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Gracias, en gran medida, a las explicaciones que dio en su día Plinio el Viejo, conocemos cómo se las ingeniaron los romanos para extraer de las montañas leonesas el preciado metal. La técnica ruina montium consistía en excavar túneles que luego se llenaban de agua para hacer presión y que la montaña se desmoronara, para facilitar que se encontraran las pepitas de oro. De esta forma, se convirtieron en la mayor explotación a cielo abierto del Imperio.
Cuando se fueron los romanos, los robles, castaños y otras tantas especies se abrieron paso y hoy quedan a la vista enorme farallones de arenas rojizas semicubiertos por la vegetación. Un espectáculo para la vista que se puede recorrer siguiendo varias rutas de diferente dificultad en las que, según la temporada, se tendrá que hacer frente a la tentación de coger castañas, ya que hay varios carteles que avisan de la prohibición. Una de las mejores panorámicas del paraje de Las Médulas se consigue desde el mirador de Orellán, al que se puede acceder casi hasta el final en coche.
Tierra de vino
En la hoya berciana crecen las variedades de Mencía y Godello, que hacen tan singulares a los vinos de El Bierzo. En el museo del Vino de Cacabelos se puede aprender un poco más de su elaboración, a través de aperos de labranza y maquinaria de antaño, así como envases y etiquetas de vinos bercianos.
De Cacabelos salió uno de los más famosos emprendedores de la tierra, José Luis Prada, quien, en los años noventa del siglo pasado, empezó a dar forma al que llaman ‘Falcon Crest’ de El Bierzo en el palacio de Canedo. Un recinto que conserva en gran parte las formas con las que se construyó hace tres siglos y que hoy, bajo la denominación Prada a Tope es restaurante, bodega y un hotel de 14 habitaciones. También una tienda, en la que se pueden encontrar productos típicos y las conservas de productos de la tierra que lanzaron a la fama al dueño.
El concepto que propone Prada a Tope es disfrutar del entorno desde el alba hasta meterse en la cama y llevárselo a casa en botella o frasco. En la experiencia no falta la visita a la bodega y a los viñedos, en los que se detalla el proceso desde la cepa a la copa mediante la agricultura ecológica y con la posibilidad de recorrerlos a pedales o en el carroviñas.
Al fin y al cabo, el objetivo de Prada es dar a conocer El Bierzo al mundo. Por ello, cuenta también con una recreación de una palloza, las típicas construcciones de los Ancares leoneses. Para ver las auténticas hay que ir hacia la montaña, no sin antes pararse en la medieval Villafranca del Bierzo, con su castillo. Y con su iglesia de Santiago en la que, en caso de enfermedad o discapacidad, se puede conseguir el Jubileo sin llegar a la tumba del Apóstol. Por ello se la conoce como la ‘pequeña Compostela’.
Montaña adentro se llega a los Ancares, reserva de la Biosfera desde 2006, con impresionantes pendientes y valles. Y donde con un poco de suerte se pueden encontrar osos, urogallos o lobos rondando por los bosques de abedules, robles y acebos. También las típicas pallozas, esas casas circulares de piedra y tejado de paja, que son herencia de la cultura de los castros celtas y que han estado habitadas hasta casi antes de ayer. Porque si algo no cambia en El Bierzo es la forma con la que se para el tiempo.