Navegar por el que algunos consideran como el mar más bello del mundo, bajo un cielo de luces arrebatadoras y juguetonas, lamiendo la costa noruega de sur a norte y a la inversa, entre paisajes que compiten entre sí como si se hubiesen encaramado a una pasarela de modelos, y con la oportunidad de saludar a la señora aurora boreal cuando pierde la timidez para exhibir su festival de magnéticos colores… Todo eso y mucho más es el «Expreso del Litoral» de la compañía Hurtigruten.
La naviera noruega no es una advenediza en esto de las rutas por los fiordos noruegos, ni mucho menos. Desde hace 120 años, su flota ha surcado la costa más salvaje de Europa bajo los destellos de la aurora boreal en invierno y a lo largo de los eternos días de verano que se suceden con el sol de medianoche. De hecho, el «Expreso del Litoral» no es un crucero al uso, sino un servicio de línea regular, bajo bandera de servicio postal, que permite una oportunidad única de conocer las bellezas naturales del destino con un marcado y auténtico sabor local. Hasta el punto que los vecinos siguen saliendo a veces a saludar en los atraques. Todo muy entrañable.
La travesía se realiza con todas las comodidades propias de un producto turístico, a las que se añade una componente didáctica y cultural que Hurtigruten ha convertido en toda una vocación. Desde luego, la mejor forma de conocer el país más allá del deleite puramente visual, que también, porque gracias a sus reducidas dimensiones, los barcos llegan donde no pueden los buques de gran calado. Nada de discotecas, ni casinos, ni pistas de pádel, ni toboganes gigantes, ni lujos fuera de lugar… Aquí se viene a contemplar la vida y su entorno de otra manera.
Aunque pueda sonar a tópico, cada estación del año brinda una experiencia diferente en cuanto a paisajes, noción del tiempo y, sobre todo, actividades. Es coger el catálogo de excursiones de la compañía y empezar a notar cómo se van poniendo los dientes largos. Lástima no poder apuntarse a todas… ¡son 90! Paseos con raquetas, trineos, bicicleta, kayak, visitas a granjas, pesca, avistamiento de pájaros y ballenas, aproximaciones a las cultura sami, a los vikingos…
El itinerario toca 34 puertos durante 12 días, entre la subida (hacia el norte) y la bajada (dirección sur). Para tener una visión lo más completa posible, la programación de horarios está cuadrada para que los pueblos en donde se para de día coincidan a la vuelta con la noche, y al revés. Tampoco hay que asustarse con tanto cabotaje. En muchos de ellos apenas se detiene 15 minutos, que vienen bien para bajar a estirar las piernas, echar un cigarrito —aunque en cubierta hay espacios para fumadores— o cruzar unas cuantas palabras con algún pescador.
El siguiente relato no es más que una somera pincelada del mucho jugo que se puede obtener del viaje, en este caso una navegación de 5 días entre Trondheim y Kirkenes a bordo del MS Polarlys. La mejor opción para llegar hasta la primera ciudad es la low cost Norwegian. Los precios son buenos, las combinaciones también y ofrece dos cosas que se agradecen enormemente desde que se perdió todo el glamur de volar: uno, el generoso espacio entre butacas ya lo quisieran muchas compañías que, en teoría, no son de bajo coste; y dos, hay wi-fi gratuito a bordo, sin claves, sin trampa ni cartón. Además, la cobertura desde España es magnífica, con servicio en 14 aeropuertos, de los cuales 7 son bases operativas de la compañía: Palma de Mallorca, Alicante, Barcelona, Gran Canaria, Madrid, Málaga y Tenerife Sur.
TRONDHEIM
La tercera ciudad del país, rodeada de bosques en una de las zonas más fértiles del país, está marcada por el lento discurrir del río Nid antes de desembocar en el tercer fiordo más profundo de Noruega. Con ese aroma medieval, como anclado en la historia, resulta difícil asumir que sea la capital de la tecnología, una actividad nutrida en buena parte por la universidad. Como en todos los lugares de concentración de estudiantes, la vidilla nocturna adquiere aquí unos cuantos enteros.
El verdadero icono es el canal escoltado a ambos lados por los coloridos almacenes de madera, hoy en día reconvertidos en restaurantes, galerías de arte y oficinas. Aquí las fotos salen siempre bien, sobre todo si se tiran desde el Puente Viejo (Gamle Bybro), también conocido como Puente de la Fortuna.
La otra gran atracción es la imponente y bellísima catedral de Nídaros, que fue católica hasta la llegada de la Reforma, sin duda lo mejor del gótico nórdico. Está íntimamente ligada a Olaf II El Santo, el rey vikingo del s. XI que estableció el cristianismo como religión oficial. Según la tradición, el origen de su apodo viene del milagro de su cuerpo incorrupto. Tras morir en el campo de batalla fue sepultado en un sencillo ataúd junto al río. Al ser exhumado, sus mejillas estaban sonrosadas y aún seguía sangrando. Poco tiempo después se levantó en el lugar una capilla que pronto se convertiría en centro de peregrinación y que es el origen del templo actual.
Aunque la fachada ha pasado por muchas restauraciones y su larga colección de esculturas fue reconstruida en el s. XX, el valor artístico es muy alto. Los grandes artistas de la época dejaron su impronta en ella. Hay quien dice que uno de los ángeles tiene la cara de Bob Dylan. Es muy posible, teniendo en cuenta que la recuperación llevada a cabo en los años 60 coincidió con la canción protesta y el movimiento pacifista.
En Trondheim hay más sitios de interés. Por ejemplo, el barrio de Bakklandet, con sus calles empedradas y sus casas de madera. Gracias a Olav, los habitantes se opusieron férreamente en su momento al proyecto de construir una autovía de cuatro carriles. Ahora es una delicia pasearlo de cabo a rabo, aunque los angostos callejones de antaño fuesen ensanchados para paliar los efectos de los frecuentes incendios, el último de los cuales tuvo lugar en el año 2000.
En el centro histórico llaman la atención también el Stiftsgården, uno de los mayores edificios de madera del norte de Europa, residencia oficial de la familia real en la ciudad, que todavía utiliza de vez en cuando en verano, así como algunos edificios modernistas realmente interesantes. Los aficionados a la música tienen una cita en el Rockheim, el singular museo interactivo del pop y el rock, con su peculiar cubierta que por la noche proyecta una iluminación espectacular. Los grupos que quieran aprovechar para celebrar un evento tienen una buena oportunidad en la Isla de los Monjes, fácilmente accesible desde la costa. Esta antigua prisión dispone de buenos espacios y un restaurante.
SALSTRAUMEN Y LAS ISLAS LOFOTEN
Pasado el Círculo Polar Ártico (latitud 66º 33’ Norte), episodio que en los barcos de Hurtigruten se celebra con una divertida ceremonia presidida por el dios Neptuno en la que el hielo corre por la espalda de los voluntarios a recibir tan osado bautismo —sobre todo en invierno—, la excitación sigue en Bodø, con parada y excursión a Saltstraumen, la corriente marina más fuerte del mundo. Y vaya si es cierto. Aquello, más que el mar, parece un río enrabietado.
El estrecho que comunica los fiordos de Salt y Skjerstad, de apenas 3 km de ancho, es como una autopista de mareas. La aproximación en bote neumático es solo apta para conductores bien curtidos, porque los remolinos que se forman son capaces de tragarse cualquier cosa. Rapes, bacalaos, róbalos y fletanes pasan por aquí a raudales bajo la atenta mirada de las águilas pescadoras, a las que se puede ver en acción con un poco de suerte.
Desde Bodø parten los ferrys a las Islas Lofoten, literalmente «pie de lince», una buena descripción para la cadena de picos puntiagudos que forman una barrera natural de increíble belleza. El Polarlys hace el mismo recorrido que los barcos de corto recorrido hasta tocar puntos como Stamsund y Svolvaer. Como si no tuvieran bastante, en esta última localidad son muchos los que se acercan al bar de hielo, el Magic Ice, donde hay hasta un tobogán para deslizarse entre las gélidas esculturas que lo adornan, un chute más de fríos polares…
TROMSØ
A 350 km por encima del círculo polar, Tromsø es la mayor ciudad del norte. Plaza estudiantil, como Trondheim, y con una dinámica agenda cultural atiborrada de festivales, es de los sitios donde apetece probar especialidades de la región en alguno de sus excelentes restaurantes, dar una vuelta por sus primorosas tiendas o tomarse una copa para disfrutar de su animad vida nocturna.
La imagen de esta remota urbe no es otra que la iglesia de Tromsdalen, conocida como la catedral del Ártico, aunque no ejerza esas funciones eclesiásticas. A muchos les recuerda a la famosa Ópera de Sydney y a otros no les acaba de convencer esa sucesión de triángulos de hormigón superpuestos, un buen ejemplo, en todo caso, de la arquitectura nórdica de los años 60. La visita a Polaria es de las más populares. Se agradece la labor de investigación de este centro didáctico sobre las expediciones noruegas al Ártico. No tanto su innecesario y trasnochado espectáculo con focas y leones marinos.
La ciudad es de los puntos más populares de Noruega para observar tanto la aurora boreal como el sol de medianoche. Entre finales de abril y mediados de agosto, aquí no llega a oscurecer completamente en todo el día. Como en el resto del país, la diferencia de estaciones es muy acusada y esta circunstancia marca el tipo de excursiones y actividades, desde los paseos en trineos tirados por huskys en invierno, hasta las rutas en kayak propias del verano.
CABO NORTE Y KIRKENES
El barco retoma la navegación rumbo al norte a través del extraordinario paisaje de los Alpes de Lyng, en cuyo corazón se encuentra el pequeño puerto de Skjervøy. Sin embargo, de las llegadas más esperadas de todo el periplo es Honningsvåg, ya en la isla de Magerøya, conectada a tierra firme por un túnel submarino. Y eso es porque desde aquí parte la extensión al mítico Cabo Norte, el punto más septentrional de la Europa continental, tras cruzar el impresionante paisaje de tundra que se despliega a uno y otro lado de la estrecha carretera.
Hasta la zona llegan todas las primaveras unas cuantas familias sami que aún practican el nomadismo tras recorrer más de 200 km en busca de pastos para sus rebaños de renos, auténticos camellos del Ártico. Tras recorrer el filo de los acantilados y hacerse la preceptiva foto frente a la gran bola metálica que anuncia la singularidad de este punto geográfico, no hay nada tan reconfortante para escapar de los endiablados vientos que soplan en algunas épocas del año como tomarse una infusión bien caliente en el Artic Cafe, ubicado en el centro de visitantes.
El recorrido del «Expreso del Litoral» toca a su fin —antes de emprender la travesía inversa— en la pequeña Kirkenes, única ciudad noruega donde el este se une con el oeste. Y es que a escasos kilómetros de encuentra la frontera rusa, delimitada por el río Pasvik. Desde aquí se organizan safaris para ver el cangrejo real, un bicho que puede llegar a pesar 15 kg y medir 2 metros de punta a punta. Los que sirven en el barco son bastante más pequeños aunque, en cualquier caso, exquisitos.
También se pueden alquilar trineos de perros o motos de nieve para recorrer la línea divisoria y saludar desde lejos a los guardias de ambos lados. Por ideas que no falte, desde darse un baño bajo la aurora boreal en una tina caliente al aire libre, hasta alojarse en uno de sus mayores reclamos turísticos, como es el famoso hotel de nieve, que se construye de nuevo cada año y está abierto entre los meses de diciembre y abril.
OSLO Y FINAL (O PRINCIPIO)
Aunque algunos se desplazan hasta Noruega con los ojos y el corazón puestos únicamente en el crucero, sería una pena pasar por Oslo sin dedicarle alguna jornada a la ida o a la vuelta. La capital noruega es un lugar delicioso para pasear y descubrir, donde no hay rascacielos, gracias al buen criterio de sus habitantes. Ineludible, por supuesto, Karl Johans Gate, la gran arteria de la ciudad, donde se pueden encontrar los principales puntos de interés hasta llegar al Palacio Real, residencia de los octogenarios Harald y Sonia, pasando antes por la austera catedral luterana, el Parlamento, el Teatro Nacional, custodiado por una escultura del insigne Henrik Ibsen, la Universidad o el Grand Hotel, establecimiento inaugurado en 1874 y conocidísimo por albergar cada año la cena de gala del Premio Nobel de la Paz.
Hay mucho más que ver en la ciudad, desde el imponente edificio de la Ópera, bañado por las aguas del fiordo, con su elegante revestimiento de mármol y cristal; hasta el Ayuntamiento, de llamativo corte socialista, que merece una pausada visita para saborear sus murales; pasando por la fortaleza de Arkeshus, un complejo de origen medieval pero con profusión de elementos renacentistas; o el parque de Vigeland, llamado así en homenaje al autor de las más de 200 estatuas de piedra de tamaño natural que lo pueblan, todo un homenaje al cuerpo humano, en especial el sobrecogedor Monolito, uno de los principales focos turísticos del país.
Umm, parece escucharse un grito de protesta… Debe ser el de Edvard Munch por haber quedado para el final. Su museo es otra de las paradas irrenunciables. Tal es la cantidad de material que donó el artista —entre pinturas, dibujos, esbozos, libros, fotografías y documentos— que la ciudad está construyendo un nuevo y vanguardista edificio en la zona de Bjorvika. Proyectado por el estudio Herreros, va a ser uno de los iconos de Oslo cuando abra sus puertas en el año 2020. Un motivo más para volver.