
Chipre, la isla del longevo conflicto greco-turco, es un país comunitario que no renuncia a su carácter mediterráneo. Además, es conocido en los circuitos internacionales por sus condiciones fiscales, que atraen a compañías de sectores como el juego, el trading o la marina mercante. Muchos trabajadores, como el madrileño Miguel Alonso, recalan allí para dar servicio a empresas no necesariamente del país.
TEXTO Á. MARTÍN
Miguel Alonso (Madrid, 1984) es un licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas que, sin experiencia laboral en otros países o mercados, decidió cambiar de aires por motivos laborales y aterrizó en Chipre. Su objetivo: trabajar en el departamento de Marketing en Exness, una compañía rusa del sector del trading.
Este madrileño ejemplariza la vida del expatriado con familia, con sus luces y sombras. Vive en la localidad chipriota de Limassol con su esposa, Isabel, correctora profesional que sigue trabajando para sus clientes españoles (cosas de la globalización). Valor no les faltó para recalar en este país. «No conocía nada sobre Chipre antes de venir, nos lanzamos a la aventura. Teníamos ganas de salir de España tras la pandemia y se presentó esta oportunidad», explica Miguel.
Una de cal: «Mi empresa nos ayudó: pagó los billetes de avión, nos proporcionaron un apartamento de manera temporal, un coche…». Y una de arena: «El periodo de adaptación fue duro. Al principio fue difícil encontrar un lugar permanente para vivir o un buen colegio para los niños». No obstante, siempre brilla el sol. «Después de esos primeros meses, la vida empezó a resultarnos muy sencilla. Ayudó que la chipriota es una cultura mediterránea, parecida a la nuestra en muchos aspectos».
Mercado atractivo
Chipre constituye un binomio apetecible: buen clima e interesantes atractivos para las empresas. Las condiciones fiscales del país atraen a compañías de sectores como el juego o el trading, además de navieras. La de Miguel es de origen ruso. A estas premisas se unen otras, como el hecho de que las empresas no son excesivamente presencialistas y permiten la conciliación. «En mi caso, tengo el compromiso de ir a la oficina dos veces por semana, pero son bastante flexibles y no ponen problemas, aunque el nivel de exigencia es alto».
Y todo ello en un marco geográfico y humano muy acogedor con los extranjeros. «En Limassol las temperaturas son muy agradables y es muy segura, no hay delincuencia. Por ejemplo, tenemos las bicis o la barbacoa fuera de la casa, a la vista de todo el mundo, y jamás se han llevado nada. Los chipriotas en general son amables y casi todos hablan inglés; no es imprescindible aprender griego para vivir aquí. Esto es otro aliciente para atraer empresas y trabajadores extranjeros».
Otra cosa es la idiosincrasia urbana, que en las ciudades griegas es una tónica. «El transporte público brilla por su ausencia y la cantidad de coches es desproporcionada para una ciudad del tamaño de Limassol. La gente no camina por la calle. Es difícil hacerlo porque, fuera de la zona turística cercana al mar, las aceras son estrechas y están en malas condiciones. Además, hay muy pocos pasos de cebra y semáforos para peatones. La limpieza de la ciudad también es mejorable», reconoce.
Miguel, que suele volar con Aegean Airlines o WizzAir, se siente muy similar a los chipriotas. El Mediterráneo imprime carácter. «Piensan que los españoles tenemos una cultura parecida a la suya y, por lo tanto, una manera de disfrutar y ver la vida parecida». Esta circunstancia ayuda a llevar mejor la expatriación, en la que inevitablemente se echan de menos cosas como «la comida, los eventos, las cañas con los amigos, la familia…», aunque no tanto otras: «los salarios, la falta conciliación, los atascos de entrada a Madrid…».










