
Ubicado en el noroeste del país, Rajastán es el estado más grande del subcontinente indio. Este antiguo reino que se extiende por el desierto del Thar atesora fuertes, parques nacionales y magníficos templos donde moran incontables dioses. La arquitectura y el esplendor de los palacios y ciudadelas resultan apabullantes y es un libro abierto para conocer cómo era la vida pasada y actual de los marajás. Nada como aventurarse en un road trip por las vibrantes ciudades y las coloristas zonas rurales, donde la vida parece haberse detenido en el tiempo, para completar un incentivo memorable.
Antiguamente llamado Rajputana, Rajastán era el reino del rajput (hijos del rey), clanes de guerreros que dominaron parte del norte, este y oeste de la India, donde fundaron fuertes y ciudades para para resistir los embates de los mogoles y de los ingleses hasta 1971, cuando la presidenta Indira Gandhi abolió sus privilegios. Hoy todavía conservan sus dominios, espectaculares palacios convertidos en algunos casos en museos u hoteles. En cualquier caso bienes protegidos que siguen gozando del respeto del pueblo.
Sus ciudades y paisajes forman una paleta de colores cambiantes desde la dorada Jaisalmer, la blanca Udaipur, la terracota Jaipur o la azul Jodhpur. Lo ideal es recorrerlas en coche, tomando un vuelo desde Nueva Delhi hasta Jaisalmer, en el extremo más occidental de la región, y embarcarse en un road trip descubriendo la diversidad paisajista, sus mitos y leyendas.
Jaisalmer, espejismo dorado
Fundada en 1156 por el rey rajputa Rawal Jaisal, fue un importante puesto militar y centro de caravanas por su ubicación junto al estado de Gujarat. Controlaba las principales rutas comerciales a Pakistán y Persia atrayendo a ricos comerciantes que construyeron preciosas havelis, las casas tradicionales del Rajastán, como la de Patwon Ki, cuyas fachadas de piedra dorada y patios interiores son una auténtica filigrana. Hoy, muchas de ellas se han reconvertido en hoteles.
Si algo impacta en Jaisalmer es su deslumbrante fuerte sobre la colina Trikuta, el segundo más antiguo de Rajastán, declarado Patrimonio de la Humanidad, que resiste impertérrito al sol y al viento desértico dominando la ciudad. Estrechos callejones conducen a la zona alta, donde surge el Palacio Real Maharawal y siete templos (s. XII-XVI), con delicadas tallas y esculturas que narran leyendas jainistas. En los bazares se encuentran las típicas juttis de cuero de camello, entre otras artesanías. Pero no se puede abandonar la ciudad dorada sin aventurarse en un safari a lomos de camello o en jeep para explorar el desierto y dormir entre las dunas naranjas bajo un cielo estrellado, antesala de un amanecer espectacular.
Jodhpur, un sueño índigo
A menos de cuatro horas al sur se vislumbra Jodphur, la llamada ciudad azul por el color de las fachadas de sus casas. El fuerte Mehrangarh, del siglo XV, fue hasta los años 50 la residencia del maharajá Gaj Singh II. Ahora es un museo con una sucesión de patios cuyos balcones de arenisca que simulan ser de madera. La sala dorada de recepciones (Phool), y la de audiencias privadas cubierta de espejos (Moti) son una ensoñación, junto con la gran la colección de miniaturas o los palanquines de plata y oro utilizados por la familia real que habita en el descomunal palacio Umaid Bhawan, convertido en un hotel de lujo de la cadena Taj.
Por las tardes, el mercado Sardar, en torno a la Torre del Reloj, es todo un festín de sensaciones de color, bullicio, aromas y tesoros artesanales. Si se quiere un ambiente más tranquilo, el Toorji Ka Jhalra, o cisterna de piedra, construido hace trescientos años por una princesa para abastecer de agua a la ciudad, es el lugar idóneo para relajarse junto a cafés en las azoteas, como el de Jhankar Haveli, donde tomar un té con vistas del fuerte y anocheceres de película.
Pushkar, la mística flor de loto
De camino a Jaipur, la ciudad sagrada de Pushkar es una parada ineludible. Alrededor de su lago y en las calles colindantes se concentran más de cuatrocientos templos, santuarios y ashrams. Además, es el único lugar de la India con un templo dedicado a Brahma, el gran creador del hinduismo. Según la leyenda, el lago fue creado por una flor de loto que cayó en sus manos. Cautiva su ambiente sosegado, las tiendas para realizar buenas compras, y, sobre todo, las escalinatas de los ghats, graderíos de piedra alrededor del lago sagrado donde hipnotizan las escenas de devoción de los fieles en sus rituales de purificación. En octubre y noviembre despierta de su tranquilidad, cuando tiene lugar su célebre feria de camellos.
Jaipur, la capital terracota
Sobrecoge traspasar las murallas de Jaipur por alguna de sus siete puertas, como la de la Luna, la de Ajmer o la de Sanganeri, y acceder a sus amplias avenidas, concebidas de acuerdo con los criterios del tratado de arquitectura hindú Shilpa Shastras e influencias mogolas, planeadas por el maharajá Jai Sing II en 1772. Ubicada en el corazón del Rajastán, es la capital del estado. Su imponente belleza se aprecia no solo en las casas, templos o en los múltiples bazares de joyas, telas, tejidos perfumes, babuchas y antigüedades de color rosa o terracota; también en el Observatorio de Piedra, el más completo y mejor conservado de la India, patrimonio de la Unesco, que todavía está en funcionamiento, y en el espectacular City Palace, que reúne varios palacios. Se puede acceder en visitas privadas a las dependencias, utilizadas por la familia real en ocasiones, como la preciosa habitación azul o las salas llenas de incrustaciones de espejos donde el rajá se sentaba en verano para contemplar el templo de Vishnu.
Uno de los grandes iconos de la ciudad es el colindante Hawa Majal o Palacio de los Vientos, por su red de celosías, con más de 900 ventanas o jaalis. A pocos kilómetros no hay que perderse el palacio Nahargarh, alzado frente a un lago, y el descomunal Amber Fort, con el jardín de azafrán y las rampas por las que se accede a pie o a lomos de un elefante hasta llegar a una sucesión de patios donde se funden la arquitectura hindú con la mogola. Sus muros susurran historias y secretos del harén donde habitaban doce esposas y un centenar de concubinas que competían por ser la favorita del marajá, como reflejan los frescos con escenas del Kama Sutra en la parte reservada a las mujeres.
No extraña que hoteles como el Raffles Jaipur se haya inspirado en la arquitectura de los magnos edificios de reyes y reinas. Concebido como un coqueto palacio para princesas, revestido de reluciente mármol, su interior muestra lo mejor del arte de Rajastán. Una joya donde no falta detalle en su atrio, en el spa, en las suites o en su impecable Writer’s Bar, con biblioteca donde relajarse y tomar un Jaipur Sling, antes de una cena a la luz de las velas disfrutando de un paisaje tranquilo.
Ajabgarh, leyendas y templos
En un trayecto de unas dos horas surge la india rural, sencilla y humilde, lejos de la ostentación y el bullicio de la ciudad. Un salto en el tiempo donde se retrocede casi hasta la época feudal. En el distrito de Alwar, Ajabgarh es un valle ubicado entre las colinas y montañas de Aravalli, las más antiguas de India, que concentra pueblos y aldeas en los que se aprecia el lento discurrir de la vida en el campo. Mujeres de coloristas saris desfilan por los caminos portando en sus cabezas leña o cántaros de agua, mientras niños de ojos vivos corretean por los caminos salpicados de vacas y hombres faenando con el ganado.
El turbante es un signo de distinción de las castas y de religiones como los sijs, y el blanco se usa en el campo solo por el cabeza de familia. Aquí hay santuarios de paz como el Amanbagh, un resort de jardines paradisiacos en el que degustar la deliciosa cocina rajastaní del chef Achman Dhuper, elaborado con ingredientes de sus huertos ayurvédicos. En el hotel se realizan un sinfín de actividades, desde trekking por los alrededores, donde cazaba tigres el marajá de Alwar, hasta talleres de cocina tradicional rajastaní, excursiones en bicicleta o camellos, safaris por pueblos perdidos y visitas a templos jainistas como el de Neelkanth, consagrado a Shiva. También al parque nacional de Sariska, para disfrutar de su vida salvaje, y al lago Somsagar, con una enorme concentración de pavos reales y aves, un lugar encantador, cargado de leyendas.
Fort Barwara, tigres y ciervos
Al sur de Jaipur emerge vigilante la imponente ciudadela del Fort Barwara sobre el pequeño pueblo y el lago de Chauth Ka Barwara. Sus gruesos muros encierran historias desde hace más de siete siglos, pues fue utilizado como bastión de guerra. Tras once años de restauración, se ha convertido en un lugar idílico, muestra ejemplar de la elegante arquitectura rajput, perteneciente a la familia real y en el primer hotel de la cadena Six Senses en India.
Recorrer sus patios, jardines y miradores, así como el templo o los palacios Mardana Mahal (masculino) y el bellísimo Zedana Mahal, reservado para las mujeres, que aloja el spa cubierto de relieves y frescos, es un viaje en el tiempo. También un punto perfecto para adentrase en el parque nacional Ranthambore y tener la fortuna de avistar uno de los animales más fascinantes en peligro de extinción: el tigre de Bengala. En sus setecientas hectáreas viven unos setenta ejemplares junto a ciervos moteados, búfalos y estilizadas aves en lagunas naturales rodeadas de gigantescos árboles cuyas raíces cubren antiguas ruinas.
Agra y Delhi
El viaje no estaría completo sin una visita a Agra, situada al noreste de Rajastán, en el estado de Uttar Pradesh, donde se encuentran los mejores ejemplos de arquitectura mogol, herencia del poder detentado por los emperadores durante los siglos XVI y XVIII. Es imprescindible hacer un alto en Fatehpur Sikri, una ciudad fastuosa y Patrimonio de la Humanidad, creada por el gran emperador mogol Akbar. En los alrededores se encuentra también su tumba, Sikandra, y el mausoleo Itimad-ud-Daula, de mármol blanco, semejante a un encaje, rodeado del clásico jardín charbagh frente al río Yamuna, que rivaliza en atractivo —no en tamaño— con el monumento más visitado y preciado de India, el Taj Mahal, erigido por Shah Jahan en honor de su esposa favorita Arjumand Banu Begun.
En Nueva Delhi, la segunda ciudad más poblada del país y de dimensiones estratosféricas, con sus interminables avenidas, no hay que perderse el paseo por el Rajpath, el camino real que conduce a la Puerta de la India, el Fuerte Rojo, la tumba de Humayun, precedente en estilo al Taj Mahal, sucumbir a los intensos aromas del vibrante y bullicioso Khari Baori, el bazar de las especias en el casco viejo, y curiosear por las tiendas del mercado Khan.
Tras el ajetreo, el hotel Shangri-La Eros, en la zona financiera de Connaught Place, no muy lejos del aeropuerto, es un oasis de paz que invita a degustar su célebre té masala o a darse el último homenaje culinario en alguno de sus exquisitos restaurantes. Termina así un periplo por el llamado Triángulo de Oro y algunas de las joyas de este país que no deja de sorprender y fascinar.
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