Pocas ciudades habrá en el mundo tan multiculturales como Bruselas, la capital europea donde se toman muchas de las decisiones que nos afectan en nuestro día a día. Un edén para quienes consideran la alta política como su auténtica vocación. Así lo es para Álex Boyo, asesor en las oficinas del Parlamento Europeo, quien desde hace dos años está viendo cumplido su sueño de poder ejercer en lo más top de las instituciones europeas. Un trabajo que, a pesar de su exigencia, le apasiona y le deja algo de tiempo para poder disfrutar de su tiempo libre en una pequeña Babel de expatriados.
TEXTO MIRIAM GONZÁLEZ
Hay personas que desde muy pronto tienen muy claro a qué quieren dedicarse. Y a veces se tiene la suerte —y el empeño— de conseguir el objetivo. Álex Boyo es uno de esos ejemplos. Desde el principio encaminó sus estudios y su trayectoria a dedicarse a la política. Cursó la carrera de Ciencias Políticas en su Barcelona natal y, años después, llegó a los pasillos de una de las sedes donde se cuecen muchas de las cuestiones que influyen en la vida cotidiana de millones de europeos.
En Bruselas se encuentra una de las sedes de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo. Solo en esta institución trabajan alrededor de 7.500 personas. Entre sus muros se hablan las 24 lenguas oficiales de la Unión Europea. Para él, llegar aquí fue un sueño que le permite «seguir de cerca la política al más alto de nivel de Europa».
Cuando se conversa con alguien a quien le apasiona su trabajo se nota. No hay más que escuchar cómo describe las primeras sensaciones cuando entró en aquellas oficinas, cuando empezó a formar parte de «algo grande, donde se toman decisiones tan importantes». «Impresiona, sobre todo al principio», recuerda.
Aunque lamenta que en España exista un desconocimiento generalizado sobre las instituciones europeas, cómo se trabaja y, sobre todo, para qué sirven: «Queda como algo muy alejado, no hay una cultura política acerca de lo que es Bruselas. Durante muchos años se ha vendido por parte de algunos partidos políticos como un retiro para colocar a determinadas personas. Hace falta mucha comunicación y pedagogía para que se entienda que la política europea es importante, más de lo que parece».
MINI BABEL
Y si se trata de las primeras impresiones, la de Álex con Bruselas fue de libro, al menos para quien llega a la capital de un país que está más al norte de los Pirineos. Describe a los belgas, en general, como reservados, aunque esa timidez inicial se diluye con el paso del tiempo. En cualquier caso, teniendo en cuenta que vive en las inmediaciones del barrio europeo y que en su trabajo hay más gente de fuera que belgas, su tiempo de ocio transcurre principalmente con otros expatriados, sobre todo españoles, aunque también se suelen sumar algunos de otras nacionalidades, por lo que las quedadas suelen ser un Babel en miniatura.
Además, le ha tocado vivir lo peor de la pandemia en Bruselas. Seis meses —de octubre a abril— con las fronteras prácticamente cerradas y también los bares, restaurantes y cualquier actividad de ocio. Ante la imposibilidad de reunirse en este tipo de establecimientos, han llevado la pandemia como mejor han podido, reuniéndose de vez en cuando en casas y aportando recetas nacionales del lugar de origen de cada uno.
Porque esos meses se han hecho muy largos. «Supongo que va en el carácter de los belgas, más cívicos, pero no creo que los españoles hubiéramos aguantado unas restricciones tan duras como las que ha habido aquí tanto tiempo», estima Álex. De hecho, cuando terminaron las restricciones lo celebraron en su casa con un arroz, al que según reconoce, no se le puede llamar paella, pero que les supo a gloria.
A la llegada a la capital europea también se encontró con la cuestión de los horarios, cenando casi a la hora de una merienda tardía española. Así es casi todos los días, salvo los jueves, que es tiempo de Plux. Lo que viene a ser un afterwork en la plaza de Luxemburgo, justo enfrente del Parlamento, donde se reúne el personal de las instituciones europeas y de las empresas adyacentes para compartir una cerveza para relajarse después del trabajo.
«Es un lugar de encuentro sobre todo de trabajadores europeos, pero conozco a gente que está empleada en otras empresas, como Toyota, que también se suelen acercar. En condiciones normales, se junta muchísima gente, toda la plaza casi llena. Es algo muy popular aquí en Bruselas y los españoles solemos ser los últimos en retirarnos», admite.
BUENOS INGRESOS, POCO SOL
En cuanto al nivel de vida, Álex indica que, en general, los precios son un poco más elevados que en España, pero se compensa con unas retribuciones salariales también más altas. «A mi manera de ver, el mercado laboral español es una pena en cuanto a salarios. Aquí no, se paga acorde con los estándares europeos, que es a lo que se deberíamos aspirar», lamenta.
La diferencia es más palpable en los precios de viviendas, al que no hay que dedicar la mitad del sueldo: «De hecho es una de las razones por las que la gente no quiere volver. Es el concepto de jaula de oro. Quien trabaja en las instituciones europeas tiene una buena retribución salarial, así como beneficios sociales. Igualar estas condiciones en España es muy difícil». Aunque también subraya que, para quien sea muy importante el sol y el ambiente que hay en nuestro país, el concepto de calidad de vida «baja unos cuantos enteros». Es fácil deducir qué es lo que Álex echa más de menos.
En cuanto a la pregunta del millón —hasta cuándo tiempo piensa en quedarse en Bruselas—, en principio su objetivo es quedarse hasta que finalice el periodo de la actual legislatura europea, en 2024. «En principio es la idea que tengo ahora, pero la vida a veces te lleva por otros caminos. Sí que tengo la intención de romper los barrotes de la jaula que comentaba, porque me pesan más otros motivos para querer volver».