
En muchos de los mitos y relatos de nuestra cultura, el eje argumental es el viaje, es decir, el desplazamiento de la realidad habitual para enfrentarse a lo “diferente”. En dichas narraciones, es el “padre”, el “sabio” o el “chamán” el que aconseja viajar, desplazarse…
Ulises, Ícaro, los pueblos bíblicos, Krishna, las grandes rutas de la Humanidad (desde la Ruta de la Seda hasta el Descubrimiento de América), la mitología polinesia, las peregrinaciones, las cruzadas, el Camino de Santiago, el sueño de llegar a la Luna, el turismo como fenómeno social del siglo XX, las «road movies»….
La cultura se forja en movimiento. En muchos de los mitos y relatos de nuestra cultura, el eje argumental es el viaje, es decir, el desplazamiento de la realidad habitual para enfrentarse a lo «diferente«. En dichas narraciones, es el «padre», el «sabio» o el «chamán» el que aconseja viajar, desplazarse… En la terminología de la investigación neurobiológica diríamos «introducir nuevos inputs en el sistema».
No hace falta acudir a nuestra mitología más ancestral para encontrar pruebas de que el viaje ofrece experiencias únicas a las personas, un crecimiento y desarrollo íntimos que de otro modo no se produciría. Ahí tenemos a la Generación Beat, que se formó rodando –como Rolling Stones– siguiendo etapas vitales de texto sagrado «En el Camino», de Jack Kerouac. Pero eso es otra historia.
A sus noventa y tantos años, mi abuela abandonó nunca su rutina cotidiana. Hacía la comida, paseaba, veía la tele, jugaba a las cartas… Nunca le oí quejarse. Recordaba todas las cosas que había vivido, desde sus lejanas experiencias infantiles hasta el precio de los tomates que había comprado la mañana anterior. Cuando se ponía a cocinar siempre echaba mano de lo que tenía. Si hacía sopas de ajo y faltaba el ajo, le ponía cebolla. Y si no laurel. Y si no había nada, decía que «ralas» (sin ingredientes) eran más sanas y ayudaban a hacer pis por la noche.
La misma receta aplicaba a todo. Si cosía un botón y no tenía el tamaño adecuado usaba otro parecido o cogía un botón escondido de la prenda para colocarle en primer lugar y colocaba en el lugar oculto el botón sustituto. Muy pocas veces necesitaba salir a comprar para completar una receta o realizar una reparación casera. Tenía solución para todo. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía tener remedios para todo, la buena mujer Ella lo atribuía a que siendo joven viajó a Barcelona. Decía que al salir del pueblo aprendió de la vida.
Viajar es una gimnasia que permite despertar áreas del cerebro que apenas se utilizan o que funcionan de un modo muy automático. En momentos de crisis económica, social y/o personal, el viaje tiene una trascendencia maravillosa. Permite que las personas o los grupos sociales cambien su percepción de partida, la transformen, la enriquezcan y se nutran con otros enfoques, necesidades, soluciones….
Muchas empresas suelen regalar a su personal o a sus clientes viajes de incentivo. Nada más provechoso. Además del valor del obsequio, el mero hecho de desplazarse ya es una enseñanza en sí misma. También acostumbran a celebrar sus reuniones, eventos o convenciones cada vez en lugares diferentes para aunar la experiencia del encuentro y la del viaje. Doble beneficio.
Nuestro cerebro está acostumbrado a utilizar los mismos mecanismos y respuestas cada día. Necesita que le propongamos nuevos retos, nuevas oportunidades de aprendizaje. Viajar es una terapia, una poderosa dinámica de aprendizaje placentera y activa. En un siglo que se caracterizará por el conocimiento, viajar será una auténtica universidad para los seres humanos y una verdadera terapia frente a las crisis.
CHEMA SANSEGUNDO
Consultor de formación y coach de directivos