
Tailandia renace cada mes de abril bien mojada. Sus festejos de Año Nuevo bucean entre espiritualidad y alegría, entre rezos y color pero, sobre todo, entre agua. Porque el agua es vida y la vida se purifica con agua. Es el Songkran, que también indica la llegada del monzón y sus esperadas lluvias para regar las cosechas. La fiesta nacional más importante del país y una de las más espectaculares del mundo atrae a infinidad de viajeros llegados de todos los rincones del planeta para sumergirse en una alegría fácil de contagiar.
Los monzones, entre mayo y noviembre, mandan a la hora de señalar las fiestas más importantes de Tailandia. Su inicio se hace coincidir con la fiesta de Año Nuevo, el Songkran, en abril, y el final se festeja con el Loi Krathong, el otro gran festival, que llena los ríos de todo el país de cestas con velas y ofrendas, concretamente durante la noche de luna llena del duodécimo mes del calendario budista.
El llamativo Songkran se celebra del 13 al 16 de abril. Cada país tiene sus rituales para recibir el nuevo año, siempre cargados de buenas intenciones y mejores deseos de futuro. Pero en Tailandia significa mucho más. Es también la ocasión para agradecer y rendir homenaje a los mayores de la casa, en especial si hay abuelos. Representan el origen de la vida y el amor a la unidad familiar. De uno en uno y de menor a mayor, todos les saludan con palabras de gratitud. El país entero se viste de colores para celebrar ceremonias budistas, tradiciones ancestrales y espectáculos culturales.
El calendario solar tailandés comienza a contarse desde 543 a.C., cuando se calcula que murió Siddharta, más conocido como Buda Gautama, fundador del budismo. La celebración del año nuevo en el mes de abril coincide con la llegada de las lluvias y las nuevas cosechas. Es tiempo de propósitos, buenos deseos y gratitud. La madre agua es la primera en ser recordada. Para ello se engalanan calles, casas y templos con recipientes con agua y flores.
Es también el momento de homenajear a los ancianos y de renovar los vínculos familiares. Durante los primeros días del Songkran todas las familias se reúnen en torno al agua bendita, previamente aromatizada por nueve tipos de flores, el número que significa “adelante”. Cada miembro saluda de uno en uno, y mediante el protocolario “wai”, al mayor de la estirpe y recibir sus bendiciones. Es tiempo también de ir en familia a orar al templo con gran solemnidad. Los monjes reciben todo tipo de ofrendas —alimentos, flores, dinero, etc.—, pero sobre todo mucho respeto. El agua perfumada se mezcla con talco y se decora con pétalos, el ungüento facial y oficial para bendecir y ser bendecido que es una alegoría a la madre tierra, a quien también hay que honrar por los bienes que de ella se perciben.
Atracción turística
Cualquier lugar del país es bueno para disfrutar del Songkran, pero Bangkok, la Ciudad de los Ángeles, por el gran número de templos que tiene, es un destino perfecto para disfrutar del Año Nuevo tailandés más espiritual y vivir también la gran fiesta del agua que, tras los ritos religiosos, tiene lugar en sus calles.
El festival encierra lo más profundo de la cultura tailandesa: el agua, símbolo de la vida y pureza, auténtica protagonista del Songkran. Las abluciones significan la buena intención de desprenderse de todo lo negativo, para limpiar el alma y comenzar el año con energías renovadas en todos los sentidos.
El Songkran se ha convertido en los últimos años en una de las atracciones turísticas más famosas de Tailandia. Abril es el mes más caluroso, cuando las lluvias aún no han comenzado. Calor y fiesta en torno al agua se ha ido transformando también en sinónimo de diversión. El país se convierte en el número uno de ventas de pistolas de agua o cualquier artilugio que sirva para regar literalmente a todo aquel que pase por delante.
Como los Sanfermines y otras muchas fiestas populares, la celebración del Año Nuevo tailandés también tiene su uniforme. En lugar de camisa blanca hay que llevarla muy floreada, con vivos colores, y en vez del pañuelo rojo, una pequeña toalla para secar la cara de vez en cuando. También es aconsejable llevar gafas de protección para los chorros de agua, así como fundas para móviles, cámaras o cualquier objeto que no conviene mojar.
Comienza la guerra
Con el equipo a punto, llega el momento de enfrentarse a cualquiera que se cruce en el camino. Todos contra todos. Al principio cuesta arrancar pero, tras los primeros impactos de agua, los participantes se vienen arriba fácilmente hasta que llega un momento en el que ya no hay grandes ni pequeños, sino indefensos, desprevenidos, incautos o retardados que reciben el líquido purificador de las pistolas.
La guerra ha comenzado y no hay tregua, ni siquiera cuando las reservas de las armas de juguetes se agotan y hay que recargar. Es el momento perfecto para vengarse del agresor y descargar sobre él toda la artillería posible. Los niños son quizá los que más disfrutan de la fiesta, y también los más peligrosos. Ofrecen barreños llenos recargar munición y aprovechan el momento para lanzar cubos sobre las cabezas de los necesitados. Nadie pierde la ocasión y la adrenalina se descarga en forma de litros y litros. La gracia de la celebración es caminar sin rumbo, calle arriba, calle abajo, pisando charcos cada vez más grandes, hasta que el arrugado cuerpo aguante.
La fiesta del agua es un éxito asegurado en parte porque los comercios y restaurantes también participan de ella. Aunque no permiten entrar solo a recargar pistolas en los cuartos de baño, sí aceptan que los clientes se sienten mojados e incluso pongan sus camisas a secar sobre los respaldos de las sillas. Los menús están plastificados y es un buen momento para disfrutar de la reconocida gastronomía local, acompañada de una Shinga, una Chang o una Leo, las populares cervezas tailandesas.
Las mejores calles para vivir un fascinante y completo Songkran en Bangkok son Khao San, más conocida como la calle de los mochileros, donde casi todas las tiendas y comercios permanecen abiertos, y la zona de Silom Road, cuya batalla campal dura 24 horas los tres días de festival. Fuera de la capital, la tradición está muy arraigada en cualquier rincón del país, por lo que no es difícil verse envuelto en una divertida y húmeda guerra a poco que se mueva uno. El turista regresa renovado y con la reconfortante sensación de haberse dado un baño de espiritualidad disfrutando como un enano.