Alguien dijo que si alguna vez existió el paraíso, una parte mágica quedó prendida en las Islas Galápagos. El archipiélago volcánico en mitad del Pacífico que en sus tiempos fuese refugio de piratas y balleneros es único en el mundo. Separado de Ecuador y del continente americano por casi mil kilómetros, sigue asombrando al visitante por la cercanía y la indiferencia de los animales. Un escenario natural verdaderamente prodigioso que mantiene el 95% de su biodiversidad original.
Lobos marinos, pelícanos, iguanas, piqueros de patas azules, tiburones o el maravillosa pájaro tropical de pico rojo son, sin duda, las estrellas de este paraíso natural que ya fascinó a Darwin cuando lo descubrió en 1835 a bordo del bergantín Beagle y empezó a dar forma a su teoría de la evolución.
Todas estas criaturas siguen confiando en un ser humano que cada vez más le roba sus hábitats naturales porque el crecimiento poblacional ya es el principal problema de unas Islas Galápagos que sí regulan la entrada de visitantes con una tasa para los extranjeros de cien dólares.
Sin embargo, la realidad es que en 1950 solo 1.346 personas habitaban el archipiélago y ahora la población asciende a casi 30.000 habitantes. Por otro lado, las autoridades se esfuerzan en intentar proteger a sus islas de residuos con proyectos para mitigar el impacto de los residentes y turistas, como el que está tratando de eliminar progresivamente los plásticos de un solo uso. De hecho, la recomendación a los visitantes es que traigan su botella de agua con sus pertenencias para rellenarla durante su estancia.
Todos esos esfuerzos han logrado un claro objetivo: el mantenimiento del 95 % de su biodiversidad original, lo que ha convertido al archipiélago en uno de los mejores modelos de conservación y un destino único en el mundo que fue calificado por el periódico USA Today como el primero de los diez lugares de la Tierra que el hombre debe visitar alguna vez en la vida. Y, lo más importante: para disfrutar de este paraíso, declarado Patrimonio Mundial de la Unesco desde 1978, no hace falta ser biólogo o científico. Cualquier puede disfrutarlo.
Prodigioso escenario natural
El archipiélago de Galápagos está formado por trece islas mayores, seis medianas y unos 215 islotes que emergen en una de las regiones volcánicas más activas del mundo. Un lugar perdido, calificado como Parque Nacional y Reserva Marina, con fascinantes paisajes que fueron refugio de bucaneros, piratas y balleneros enemigos de las flotas reales españolas durante siglos hasta que la expedición Malaspina arribó a estas costas en 1790 con fines exclusivamente científicos.
Desde ese momento, y tras la posterior llegada de Darwin, muchas preguntas surgieron: ¿por qué viven los pingüinos en un área tropical? ¿Por qué la temperatura del agua no es tan cálida? ¿Cuál es la razón para que en este lugar puedas nadar con 200 tiburones martillo sin ningún peligro? ¿Por qué los picos de las aves exóticas o la piel de las iguanas cambian de color? ¿Por qué vive en las islas el único cormorán del planeta que no vuela?
Siempre se buscan respuestas a estas cuestiones que cautivaron al famoso naturalista inglés cuando el visitante pisa las islas y se emociona con lo que contempla delante de sus ojos: nadando con los pingüinos, al lado de las iguanas marinas, que se agolpan también en los senderos, o con los juguetones lobos marinos; asistiendo al cortejo nupcial de los piqueros de patas azules; caminando junto a las tortugas gigantes en las partes más elevadas de las islas; buceando en sus ricos fondos marinos o, simplemente, contemplando las playas de arena de diferentes colores…
Lo que más impresiona a todos es la cercanía de los animales. Como cuenta Mauricio, uno de los guías locales, con 35 años de experiencia, capaz de sacar a sus amigos los tiburones de las cuevas submarinas en compañía de los excursionistas, «las especies nos ven como si fuéramos otro animal de dos patas que no les molesta ni les toca, aunque nunca debemos olvidar que son salvajes y que están en su hábitat natural, por lo que recomendamos siempre mantener una distancia de dos metros».
Preparativos
Casi todas las islas cuentan con dos o tres nombres, fundamentalmente españoles e ingleses, pero el visitante se familiariza rápidamente con el mapa que recibe nada más llegar al archipiélago. Santa Cruz es la más poblada y la más próxima al aeropuerto principal en Isla Baltra, un pedazo de tierra convertido en base militar; San Cristóbal, la más oriental, ostenta la capitalidad provincial de las islas; Isabela es la mayor de todas, con 4.588 km2 y cuenta con cinco volcanes, los más activos de todo el área; Floreana solo alberga una pequeña población, Puerto Velasco Ibarra, con unos 200 habitantes junto a una playa de arena negra… El resto no tiene presencia humana y es donde se pueden observar más animales.
Antes de emprender el viaje conviene conocer algunos aspectos prácticos de la visita a las islas. Normalmente se llega a Galápagos en avión. Si se parte de Quito, es habitual que haya una parada técnica en Guayaquil tras 40 minutos de vuelo para continuar después hasta las islas durante una hora y media. Antes, en el aeropuerto de la capital ecuatoriana, es necesario adquirir una tarjeta de transito por 20 dólares a la que hay que sumar una tasa para visitantes extranjeros de 100 dólares en efectivo al llegar a Isla Baltra o San Cristóbal.
Una vez en Galápagos, existen dos vías para descubrir el archipiélago. La primera y más exclusiva se centra en los cruceros de 4, 5 y 8 días que pueden desplazarse por las islas más remotas (Española, Genovesa, Fernandina…) al pernoctar en el mismo barco. Es una fórmula cara, a partir de los 5.000 dólares, pero permite disfrutar mejor de la fauna en los lugares menos pisados por el hombre.
La segunda consiste en establecer la base en una de las grandes islas habitadas, como Santa Cruz o San Cristóbal, y contratar excursiones de un día por las islas más cercanas. Uno de los operadores más experimentados en esta opción es OPT (www.oceanpacific-travel.ec), que organiza travesías por Bartolomé, Isabela, Seymour Norte, Santa Fe, Floreana y San Cristóbal.
Más de cinco mil especies esperan en este ‘laboratorio viviente’ que puede ser visitado en cualquier época de año, aunque resulta más aconsejable realizar el viaje en los periodos de transición del frío al calor o del calor al frío, es decir de noviembre a enero —el momento del cortejo de las aves marinas— o de mayo a julio, la temporada de reproducción para la vida marina. En septiembre y octubre el mar se encuentra más embravecido y es mejor evitarlos. En cualquier caso, la observación de animales siempre está garantizada.
Santa Cruz
El viaje por las Galápagos puede iniciarse por la isla más poblada. En Puerto Ayero se encuentra la Estación Científica Charles Darwin, rodeada por una importante colonia de iguanas marinas, así como el prestigioso centro de crías de galápagos gigantes que ha obtenido grandes éxitos en la conservación de esta especie.
En el siglo XVI, más de medio millón de estos ejemplares habitaban en las Islas Galápagos, pero los galeones se utilizaban para llevar estas tortugas como comida de larga duración. A principios del siglo XX su población se había reducido a unas 250.000. Hoy apenas supera los 15.000, pero la estación ha logrado recuperar 10 de las 14 especies originales de tortugas.
En este centro vivía el famoso Solitario George, último ejemplar de tortuga de la Isla Pinta que murió sin descendencia en 2012. Hoy se encuentra disecado en una de las vitrinas de la estación. En la actualidad, la tortuga Diego es su habitante más popular, ya que consiguió recuperar la especie de la isla Española.
En los puntos más elevados de la isla también se pueden visitar algunos ranchos donde las tortugas gigantes viven en libertad. Se trata de ejemplares cuya edad supera los 150 años. Tampoco hay que perderse Tortuga Bay, una de las 25 mejores playas del mundo, a la que se accede por un sendero de 2.500 m de longitud. Su arena blanca es espectacular, así como su manglar donde llegan cangrejos multicolores, pelícanos pardos, mantarrayas, tiburones de arrecife, garzas e iguanas marinas.
Bartolomé
Ideal para descubrir los mágicos colores de una isla sin vegetación que resaltan tras recibir la luz tropical ecuatoriana sobre el suelo volcánico. Las tonalidades de estas formaciones en Bartolomé oscilan entre el amarillo pardo hasta el café oscuro, pasando por anaranjados y rojos oscuros. El paisaje geológico es francamente hermoso.
La isla cuenta con un gran mirador a 114 m de altura que permite admirar toda la paleta de colores de estas tierras después de atravesar un sendero de madera junto al paisaje de lava donde crecen los cactus y habitan animales tan singulares como la lagartija de lava.
Ya en el mar, junto al Pináculo, la roca puntiaguda más famosa de Bartolomé, lo suyo es practicar el esnórquel para admirar tiburones y una amplia colonia de pingüinos que anidan en las rocas más próximas, situadas junto a una bonita cala con presencia de lobos marinos. En esta isla se rodaron algunas escenas de Master and Commander, la famosa película protagonizada por Russell Crowe.
Santa Fe
Aunque su acceso por mar no resulta sencillo, quien llega a Santa Fe puede admirar una especie de iguana endémica de un color de piel muy pálido imposible de ver en otras islas. Es una isla ideal para practicar el esnórquel y para nadar al lado de los lobos marinos.
Isabela
Las Tintoreras y los Túneles constituyen los dos principales atractivos de la isla. El primero está formado por un conjunto de islotes, muy próximos a Puerto Villamil, que son una buena opción para practicar el esnórquel. El segundo, muy llamativo por sus formaciones geológicas creadas con lava que se alzan sobre las aguas creando arcos, se encuentra en el extremo sur de la isla.
También vive en Isabela la comunidad de pingüinos más grande de Galápagos y un grupo muy activo de lobos marinos. Los que pernoctan en Isabela pueden optar también por una excursión al volcán Sierra Negra para comprobar cómo va desapareciendo poco a poco la vegetación, al tiempo que la lava se apodera del horizonte pintando espectaculares paisajes.
San Cristóbal
Merece la pena visitar la Lobería en la única isla del archipiélago con agua dulce. Se trata de una playa en la que lobos marinos comparten la arena y el agua con las personas en completa armonía. El León Dormido es la roca más famosa de esta isla oriental, reconocible por su forma de cono vertical de paredes escarpadas de toba volcánica.