
Hace once años ya desde que el Auditorio y Palacio de Congresos El Batel, en Cartagena, abrió sus puertas por primera vez al público con las notas del célebre pianista Ryūichi Sakamoto y con un auditorio lleno hasta la bandera. Por aquella época proliferaban en España grandes construcciones congresuales bajo la mirada crítica de ciertos sectores de la sociedad, que ponían en duda la necesidad de tales inversiones. Sin embargo, el tiempo ha demostrado su gran poder dinamizador y su potencial para construir destino.
Si acercamos la mirilla para valorar el papel que los palacios de congresos han desempeñado en estos años, me viene a la memoria la famosa escena de la película La vida de Bryan, cuando John Cleese, de los Monty Phyton, se preguntaba ¿y qué han hecho los romanos por nosotros? Pues en el caso de El Batel y una ciudad mediana como Cartagena —la antigua Cartagonova—, la lista es larga. El resultado final es que el palacio de congresos ha supuesto un incontestable estimulo social, cultural y económico. También para toda la Región de Murcia.
A pesar de las dificultades derivadas de las infraestructuras de transporte y de la conectividad del destino, la existencia del auditorio ha generado una mejora en el posicionamiento turístico y la notoriedad de Cartagena a todos los niveles, gracias a la intensa labor de promoción del segmento MICE de la ciudad, concebida de una manera planificada y estratégica al servicio del desarrollo económico.
Un centro de congresos moderno y versátil hace ciudad y hace destino. Además de la actividad que desarrolla como lugar de celebración de todo tipo de eventos, estimula el crecimiento de numerosas empresas, que a su vez aportan más valor a las infraestructuras turísticas existentes. En definitiva, es un foco de atracción de talento en áreas no necesariamente vinculadas con el turismo, sino con toda la actividad relacionada con la convocatoria de turno. Y por si fuera poco, las sinergias comerciales que se generan también con empresas de fuera de su zona de influencia contribuyen a mejorar la vida de los ciudadanos.
Muchas ciudades de tamaño mediano estamos realizando nuestra contribución al sector MICE nacional y al turismo en general gracias a las infraestructuras para reuniones y eventos. Y lo estamos haciendo quizás desde una perspectiva más cercana y humana. El servicio personalizado aquí es algo más que una frase hecha. La relación con el cliente trasciende al simple intercambio económico. Volvemos al origen y a la esencia de las relaciones comerciales, que tienen que basarse en la confianza y los vínculos a largo plazo, con flexibilidad, empatía, adaptación y escucha activa.
Organizar un evento en una ciudad mediana como Cartagena evita muchas de las desventajas de las grandes urbes, porque el contacto con la realidad local es más estrecho y la experiencia que obtienen los asistentes, más auténtica. Un destino como el nuestro ayuda además a enriquecer de una forma fluida el programa complementario. El tamaño y las distancias acercan al visitante la oferta de restauración, el alojamiento, los comercios, los atractivos turísticos y las actividades en grupo.
El Batel ha vivido una década intensa. Su posición está ahora muy consolidada. Llegar hasta este punto a veces no ha sido sencillo pero, vista la repercusión que ha tenido y va a seguir teniendo en Cartagena, no parecen tantos años para recoger los frutos de una inversión necesaria. Al final, las cosas del palacio no han ido tan despacio.