Paisajes, cultura y gastronomía top en el marco de unas sesiones de trabajo. La simbiosis ideal que ya tiene nombre desde hace tiempo, bleisure, y que en la XX edición de Iberian MICE Forums tuvo como telón de fondo San Sebastián y Bilbao. Desde el monte Igueldo a la vanguardia del Guggenheim, pasando por el bacalao en todas sus variedades, así fue, vivida desde dentro, esta experiencia por el País Vasco que hace pensar, una vez más, que para un incentivo de lujo no hace falta irse tan lejos.
A veces nos empeñamos en coger el mapa y señalar el punto más lejano como destino ideal. Y si el presupuesto está un poco más ajustado, se empieza a recortar en kilómetros y días, siempre intentando que al final haya que pisar playa o al menos coger un avión con el fin de que la sensación de desconexión se eleve por los aires. Muchas veces nos olvidamos de lo que está más al alcance de la mano.
Tanto si es la primera vez como si hay otras ocasiones de visitarlo, el País Vasco siempre deja con ganas de más. Y sí, se puede llegar en avión y chapotear en la playa de Ondarreta o Getxo para volver con ese buen sabor de boca que luego se retrata en esas caderas un poco más rellenas. Pero, ¡aúpa!, que nos quiten lo disfrutado.
‘La vista más bella del mundo’
Una vez más, posiblemente se habrá pensado en un atardecer en Botsuana o en los templos camboyanos de Siem Riep. Para gustos los colores, pero después de ver la playa de La Concha amanecer entre la bruma, el ranking de panorámicas de ensueño empieza en San Sebastián. Y es precisamente esas vistas uno de los alicientes del hotel Mercure Monte Igueldo. Desde casi cualquier rincón del establecimiento es imposible escapar de ellas; no se puede dejar de mirar al Cantábrico adentrándose en la bahía o entregarse al juego de buscar las preferencias entre la postal de día o la de noche.
Esta fue la carta de bienvenida para los asistentes a la XX edición de Iberian MICE Forums, que del 28 al 30 de junio reunió en San Sebastián a más de cuarenta organizadores de eventos europeos y otros tantos proveedores del sector MICE españoles. Lo bueno de sus encuentros es que, al margen de las citas one-to-one (alrededor de 1.500), y de los lazos comerciales que se puedan entablar, los asistentes tienen la oportunidad de descubrir el destino y las posibilidades que ofrece para organizar eventos o viajes de incentivo. En definitiva, conocerlo o volver a descubrirlo, especialmente en el post tour para buyers.
De cara al mar, San Sebastián es la ciudad donde la tradición del Antiguo y la innovación del Kursaal se funden de tal manera que parece que siempre han estado ahí, casi enfrente uno del otro. Es la ciudad con aires de Belle Époque y sabores de alta cocina en miniatura de la Parte Vieja, que no renuncia al glamur de la socialité de antaño, renovado en las noches de jazz en verano y del mejor cine en otoño.
El hotel María Cristina ha sabido atesorar todo el encanto de aquellos maravillosos años y, donde se acomodaran regias posaderas, hoy descansan las estrellas de Hollywood en su visita anual al Festival Internacional de Cine. Aunque solo sea por ver y dejarse ver, hay que ir a la hora del té en el recibidor de la galería. Maravilloso.
El placer de una buena mesa
Esto solo como aperitivo a una de las experiencias delicatesen que los organizadores de Iberian MICE Forums prepararon. Algunos lo han clasificado en el Top 10 de los mejores tours enogastronómicos del mundo. Lo que está claro es que el nombre del local, MIMO, le queda ni que pintado. La idea es muy sencilla: maridar buen txacolí con clases de gastronomía vasca. Al frente de los fogones, Patricio Fuentes, quien con mucho mimo —y paciencia— enseña los principios para hacer un pil-pil de chuparse los dedos. La bebida, a cargo de Tito Lázaro, hace el resto. Todo el que va por allí sale creyendo que se ha convertido en un gran chef.
Y es que en el País Vasco, todo pasa por un buen manjar en la mesa. La visita a San Sebastián no estaría completa sin ir a alguna del medio centenar de sidrerías de Astigarraga. El ritual en cualquiera de ellas es el mismo: menú a base de tortilla de bacalao, bacalao con pimientos, chuletón y, por si todavía hay hambre, queso y nueces. Con toda la sidra que se sea capaz de beber, directamente de la cupela al vaso. Aquí lo curioso es ver cuánto aguantan los compañeros de cuadrilla comiendo y cuánto se va desviando el chorro de sidra del vaso según avanza la noche.
Si la sidra es la bebida reina en el País Vasco, el txacolí es el rey. Si la sidra es a Astigarraga, el txacolí es a las txakolindegias, muchas de ellas en caseríos con el mar Cantábrico de fondo, donde se explica todo el proceso para hacer este típico caldo blanco y seco que tan bien entra, sobre todo cuando el calor aprieta.
Cultura, que no falte
Getaria da nombre a una de las denominaciones oficiales del txacolí, aunque igual quien le ha puesto en el mapa internacional, sobre todo de las pasarelas, es el museo dedicado a uno de sus más ilustres vecinos, Cristóbal Balenciaga. Incluso los que no son muy fashion victims aprecian el valor de este centro, que recorre una parte de la historia de la jet set española e internacional a través de las creaciones del modisto. Y al salir, una de las villas con más encanto del norte, Getaria, entre viñas de txacolí y el Cantábrico. Esto es así: hay que dejarse llevar por la calle principal para terminar con un buen pescado recién salido del mar a la brasa. No muy lejos, los cinemaníacos se pueden poner las botas en Zumaia, donde se rodó Ocho apellidos vascos.
De la orilla del mar a un caserío cerca de Hernani siguiendo el rastro de Eduardo Chillida. Aunque no estará abierto al público hasta finales de 2018, para grupos con reserva previa se puede tener la gran suerte de que sea su hijo Luis, director del museo, quien enseñe la muestra. En el edificio principal, que conserva la estructura del siglo XVI, hay pequeñas réplicas de las obras de Chillida más representativas, entre las que no falta el Peine de los Vientos, el Elogio del Horizonte o Berlín, aunque las creaciones del donostiarra se concibieron para estar al aire libre y se esparcen por el espacio de 13 hectáreas de jardines que el artista diseñó para tal fin. Un espacio ideal para eventos y donde se respira arte por los cuatro costados.
La ciudad de Puppy
Lo que tiene el País Vasco es que no da tregua y es una fuente constante de paisajes que dejan con la boca abierta. Ni siquiera merece la pena echarse una cabezadita en el camino entre San Sebastián y Bilbao para no perderse la ermita de San Juan de Gaztelugatxe, frente a la isla de Akatz. Se ha convertido en lugar de peregrinación, no sólo porque si se suben los 214 escalones tallados en roca y se tocan las campanas tres veces aflore la suerte, sino sobre todo porque, un poco maqueado, ha salido en la mítica serie de Juego de Tronos. Hasta tal punto, que el Gobierno Vasco ha restringido al acceso, por lo que hay que planificar antes la visita y hacerse con una entrada. Si no, simplemente la panorámica de la ermita sobre el cerro rocoso encima del mar ya merece la pena, incluso sin ritual campanero.
Y así se llega hasta Bilbao, o lo que es lo mismo, la ciudad a la que el Guggenheim le cambió la cara. La obra de Frank Gehry no deja indiferente a nadie, ni la colección permanente del interior, ni las muestras que van pasando por este icono del arte contemporáneo. Eso sí, el Guggenheim hay que verlo en todas sus perspectivas: desde lo alto de la torre Iberdrola —otro espacio singular para eventos—, desde la ría en el barco turístico y de frente, tomándose una copa en la terraza del Gran Hotel Domine. Tan cerca del museo que parece que Puppy, la mascota del museo —y prácticamente de la ciudad— está olisqueando las habitaciones.
Tan cerca de la capital vizcaína como para ir en metro, Getxo ofrece playas, el Real Club Náutico del Abra, un bueno lugar eventos con sabor marinero, y su sorprendente obra de ingeniería: el puente de Bizkaia. Esta construcción, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, permite la comunicación entre ambas orillas desde finales del s.XIX. Aunque sea solo por probar, merece la pena pasar en la barquilla de un lado a otro venciendo al vértigo y disfrutar de las vistas a 50 metros de altura.
Por supuesto, nadie se puede ir de Bilbao sin dar una vuelta por el Casco Viejo, probar los pintxos —también aprender a hacerlos— y darse el gustazo de recorrer las calles de la ciudad tomándose un refrigerio en el hotel Carlton, otro clásico de la ciudad.