
De norte a sur y de este a oeste, Tailandia es una montaña rusa de vivencias excitantes en plena naturaleza, desde Chiang Mai hasta Phukhet y desde Ko Samui hasta Krabi. Elefantes que dan besos, tirolinas vertiginosas abriéndose paso entre el denso follaje, playas sedosas como la harina, barcos centenarios para sentirse como el mismísimo Sandokán… Y para reposar las emociones, resorts de ensueño donde los masajes con aceite de coco son solo uno de los muchos deleites que esperan al visitante.
La larga e intensa historia de la isla ha marcado lo que es hoy en día es Phuket, el destino más visitado de Tailandia después de Bangkok, que ofrece mucho más que su extraordinario patrimonio natural marítimo, con lugares de buceo de renombre mundial, idílicas playas de arena blanca y bosques interminables de exótica vegetación.
Los antiguos edificios de Phuket fueron construidos hace más de cien años, en un estilo occidental mezclado con el llamado chino-portugués, una característica que se aprecia sobre todo en azulejos, puertas y ventanas. Por otra parte, en la zona se pueden encontrar nada menos que 29 templos budistas. El más importante y popular es Wat Chalong, en el distrito de Mueang, cuya gran pagoda central contiene astillas de los huesos de Siddharta Gautama, más conocido como Buda, y está decorada con los murales que representan su vida.
Otra de las zonas que acapara el protagonismo fotográfico es la bahía de Phang Nga. Lo ideal es recorrerla a bordo de un verdadero barco de junco chino como el mítico June Bathra, ese velero centenario lleno de carácter que seguramente habrá surcado los siete mares y en el que los pocos turistas que tienen el privilegio de disfrutarlo (solo hay capacidad para 30 en cada salida) pueden fantasear con las hazañas de Simbad o el mismísimo Sandokán.
Al llegar a Ko Tapu, ese extraordinario monolito de 20 metros de alto, no es difícil imaginar a Roger Moore y a Christopher Lee batiéndose en duelo, como en el rodaje de la película de James Bond “El hombre de la pistola de oro”. Para puestas de sol, nada como Laem Phromthep, en la punta sur de la isla, donde se pierde el mar de Andamán. Allí se encuentra el faro Kanchanaphisek, construido en 1996 para celebrar el 50 aniversario de la ascensión al trono del rey Bhumibol, fallecido en octubre de 2016 después de 70 años de mandato.
Para reposar tantas emociones, nada como el hotel Angsana Laguna Phuket, todo un destino en sí mismo que, como su nombre indica, está rodeado de una piscina natural. Por supuesto, lo primero que apetece nada más llegar es coger unas piraguas o la tabla de paddle surf para explorar los canales de los alrededores, pero es desde lo alto de la terraza del Xana Beach Club donde se rememoran como en ningún otro sitio las aventuras del día con un buen morning glory o un lemon grass, dos cócteles que aquí son adictivos.
Hat Railay
Cruzando casi toda la provincia de Krabi, tras atravesar cultivos de mango, piña y coco, la siguiente experiencia arranca en el muelle de Ao Nam Mao, donde embarcar hacia la famosa y escondida playa de Hat Railay. En realidad son tres: East, West y Phra Nang, cada cual mejor, a las que se llega después de un agradable paseo sin tráfico rodado. En esta zona, el gran placer es disfrutar del mar y la arena blanca, en plan relajado o practicando el kayaking, pero también hay excursiones a pie que valen la pena, como las islas Phi Phi o el Sunset Trip, sin olvidar los miradores en los que contemplar la exuberante naturaleza.
Una de las salidas más populares, sin duda, es la que recorre las 7 islas en barco. Entre parada y parada, hay que aprovechar para hacer snorkel. Con tan solo unas gafas empieza el espectáculo de anémonas, peces payaso, erizos, estrellas de mar, peces cirujanos… Un baño aquí, una cueva allá y, para rematar, el majestuoso atardecer que suele adornar la playa Oeste, antes de darse un buen masaje de aceite de coco en el spa del fantástico resort Bhu Nga Thani.
Ko samui
A menos de una hora de vuelo desde el tranquilo aeropuerto de Krabi, un cambio de tercio para saltar del mar de Birmania al golfo de Tailandia, rumbo a Ko Pha Ngan en un recorrido más propio de los viajes de Willy Fogg: barco, coche, avión, coche y barco de nuevo. El Pha Ngan Bay Shore Resort, uno de los referentes de la isla, es un punto de partida perfecto para visitar sitios tan magnéticos como San Bottle Beach y seguir navegando rumbo al norte, esquivando riffs y pequeñas islas perdidas colonizadas por palmeras y casas colgadas en claro desafío a las leyes de la gravedad.
Frente por frente, tras una breve travesía que casi se puede cubrir nadando, se encuentra Ko Samui, la tercera isla más grande del país y otro de los incontables lugares de ensueño que se pueden encontrar por toda Tailandia. De hecho, es conocida como la «perla del mar de China». Nada como dedicar aquí unos cuantos días en un resort de la categoría del Melati. En taxi o shongtaew, ese transporte comunal tan divertido, lo propio es moverse para descubrir encantadores pueblos, entre ellos Bophut Fisherman Village, una aldea en la que el buen pescado es el rey, o Chaweng, la «capital», que ofrece buenas barbacoas en la playa e interesantes mercados de artesanía.
Chiang Mai
Aunque a veces resulta difícil procesar tantos contrastes, es una lástima viajar al país sin exprimir al máximo toda su diversidad. En un nuevo golpe de timón, las playas de blancas arenas tan suaves como a la harina, los cocoteros y las plácidas jornadas de navegación dan paso ahora al selvático interior, donde resulta imprescindible la parada en Chiang Mai, un imán para los turistas, tanto por su completa oferta de entretenimiento, como por su importancia histórica y su indudable interés cultural.
Un excelente ejemplo es el Wat Phra That Doi Suthep, uno de los mayores centros de peregrinación budista del país, una visita obligada. Para llegar hasta él se puede tomar el funicular o bien subir los 309 escalones que separan a los monjes del mundanal ruido. Este silencioso remanso es capaz de irradiar una paz interior difícil de explicar, como la que reina en los más de 300 templos que se pueden encontrar en la región.
Otro plan tan placentero, y algo más terrenal, es recorrer la capital en segway. Chiang Mai es una ciudad bulliciosa y amigable. La gente es pausada. Nunca parece tener prisa. Con un poco de destreza se puede llegar hasta los rincones más insospechados para comprobar que la vida discurre a otro ritmo, un verdadero contraste para el estilo de vida de los occidentales. Pocos de ellos renuncian a dar una vuelta por el mercado nocturno, a pesar del cansancio acumulado de la jornada.
Entre las atracciones de los alrededores hay una que destaca por llamativa y excitante: las tirolinas de Flight of the Gibbon, pura adrenalina a borbotones. Lo mejor es no pensárselo dos veces para lanzarse a toda velocidad por las larguísimas sogas que se abren paso entre el denso follaje. Las sensaciones son totalmente indescriptibles.
Pero si hay una actividad cuyo recuerdo permanece imborrable en el tiempo es la que se puede vivir en el Baan Chang Elephant Camp, un sitio donde han conseguido invertir el concepto de acercamiento a los animales. Allí son las personas las que están a su servicio, y no al revés. La experiencia no puede ser más satisfactoria y elocuente, sobre todo cuando los paquidermos premian los cuidados con besos de verdad tras tomar un baño con los visitantes. Es difícil capturar una imagen tan idílica: humanos y elefantes juntos, divirtiéndose como niños en el río.
Otro concepto diferente de acercamiento a la naturaleza y sus variados seres es el que ofrece también el zoológico Night Safari, que se recorre, como su propio nombre indica, por la noche. ¡Qué distinto poder ver, tocar y alimentar a las jirafas, las cebras o los ciervos! La sensación no tiene nada que ver con la que se tiene a plena luz del día. Desde más lejos se puede contemplar también la imponente figura de los rinocerontes, los tigres o los osos, entre otros muchos.
Bangkok
Para los turistas internacionales, el viaje por Tailandia suele empezar o terminar en Bangkok, su abigarrada y vibrante capital. La ciudad de Blade Runner 2049, de James Bond, de los mil rascacielos, del incesante trasiego por el río Chao Phraya, de los mil centros comerciales, del suntuoso Palacio Real, de la explosión de colores y, sí, también del caos organizado… Si es cuestión de moverse con rapidez y saltarse atascos, nada como el sky train, aunque una buena carrera en tuk tuk no deja indiferente a nadie. Aunque la oferta alojativa es casi inabarcable, hay dos opciones magníficas: el Mode Sathorn, con sus increíbles vistas desde el bar de la azotea, en el piso 38; y el SO Sofitel, de aspecto radicalmente contemporáneo.
Bangkok incumple las leyes de la física, la química y alguna disciplina más. La capital no se acaba en diez vidas, por mucho que se intente: desde el barrio chino, los pintorescos canales o el parque Lumpini, hasta los innumerables rooftops, donde se siente la extraña sensación de controlar el mundo desde las alturas, o el gigantesco mercado de Chatuchak con sus 15.000 puestos. Aunque parezca mentira, uno de grandes personajes de este descomunal bazar es un riojano que responde al nombre de Fernando Yusta y que tiene fama de servir la mejor paella de Asia. ¡Qué mejor bocado antes de emprender regreso a España!