Rafael Llopis, valenciano con formación en Ciencias Económicas, llegó al Lejano Oriente como becario hace más de veinte años. Tiempo después echó raíces en China, tanto a nivel profesional como familiar. Gracias a su profundo conocimiento de la idiosincrasia empresarial de este país, ahora ayuda a las empresas aragonesas a hacer negocios en un mercado complejo y muy diferente al nuestro. Y lo hace en Shanghái, una de las ciudades más populosas del planeta.
TEXTO Á. MARTÍN
Un valenciano expatriado, primero en Taiwán y luego en China, que trabaja para Aragón Exterior (Arex), el ente público de esta comunidad autónoma para la promoción empresarial exterior, y con familia de ese país. ¿Quién dijo que el mundo no es global? Rafael Llopis, junto a su esposa china y el hijo de ambos reside en Shanghái, el mítico puerto del Lejano Oriente, una gigantesca metrópolis que hace un par de años ya superaba los 26 millones de habitantes.
Hace ya más de 20 años, después de estudiar Ciencias Económicas en Valencia, Rafael llegó primero a Taipéi, la capital de Taiwán, como becario. En 2003 cruzó la frontera y recaló en Shanghái. «Ahora se parecen más, pero cuando llegué eran muy diferentes. Taiwán era muy acogedor y agradable. De China no tenía una idea preconcebida, pero pensé que sería más o menos lo mismo… y no, no fue así. El choque fue muy fuerte», recuerda. «En primer lugar, porque era invierno, hacía un frío terrible y la gente era mucho más hosca. Había dejado una empresa taiwanesa, donde trabajaba de becario en oficina, por otra china, con trabajo en fábrica, donde lo pasé mucho peor. El impacto me duró tres o cuatro meses, a pesar de que el trabajo era interesante. Era una joint venture chino-española que fabricaba puertas de ascensores y yo era el único español», añade.
Rafael estuvo allí casi tres años, hasta que cambió a una empresa de fabricación de muebles, con un cargo más ejecutivo, donde aprendió mucho a nivel profesional y personal, gracias a la intensa conexión con los compañeros chinos y españoles. Toda esta experiencia atesorada en un mercado tan difícil para los occidentales le sirvió para fichar en 2009 por Aragón Exterior, un organismo que ha ofrecido asesoramiento y apoyo a más de 300 empresas.
MUNDOS DISPARES
«En líneas generales, en España las relaciones laborales suelen ser más horizontales, mientras que en China son más verticales, y esto marca mucho a nivel organizativo y relacional. Hay que saber adaptarse. Aunque va cambiando, las empresas aquí tienden hacia el paternalismo; están más basada en la figura del líder, alguien fuerte y reconocido», detalla Rafael. «También es diferente la manera de hacer negocios, que en gran medida se sigue basando en ‘El arte de la guerra’, el libro de Sun Tzu, un estratega militar de hace 2.500 años. Se ve, por ejemplo, a la hora de plantear las relaciones internas y externas de las empresas. En todo caso, la tradición convive con empresas muy punteras y occidentalizadas. Y luego están las administraciones públicas, que trabajan completamente a la manera china».
Según explica Rafael, en las empresas de ese país la fidelidad es muy importante. Hay que seguir las reglas. A niveles inferiores, el seguimiento es más exhaustivo que en España y las relaciones, menos personales. Sin embargo, los directivos asumen mucho más riesgos y son más ágiles que en nuestro país a la hora de decidir cambios o asumir riesgos comerciales… «Tienen más oportunidades de estrellarse, pero también de triunfar. Están permanentemente pensando en nuevos negocios. Quizás les falta análisis. En ese sentido, los españoles son más conservadores», opina.
¿Y las condiciones laborales? Porque la idea que tenemos en España es que allí no son muy buenas… «En Shanghái y otras grandes ciudades de costa, el trabajador tiene ya más protección que en España; me refiero en grandes empresas y compañías extranjeras. No obstante, es cierto que hay una economía de bajo valor en las que hay malas condiciones laborales; existen grandes diferencias entre unas zonas y otras y entre sectores». Ojo, Rafael rompe un mito: «Para perfiles medianamente formados, hay mejores salarios aquí». Obviamente, no se pude hablar de China como una unidad, cuando tiene provincias más grandes que los principales países europeos. En cuanto a la red de bienestar social, «está creciendo, pero todavía queda mucho por hacer», afirma.
«Hay una cosa que me gusta mucho de China y que echo de menos en España y Europa: la capacidad de planificar y de tener un objetivo como país, un sentimiento común. Hay una idea clara que se traslada a las políticas a largo plazo y que todo el mundo comparte. Esto hace que el país vaya quemando etapas y sea muy consciente de lo que tiene que hacer para seguir creciendo. Esto se ha visto en su manera de afrontar la pandemia», destaca Rafael.
Es cierto que el chino medio no tiene mucha idea de España, salvo de fútbol y, los más mayores, de toros. «Hace unos años los taxistas solían ver corridas los domingos», recuerda. Sin embargo, de la economía española sí tienen mucha información, la siguen con asiduidad, al igual que la del resto de Europa. En general —explica— es una sociedad hiperconectada. «China está desarrollando un universo paralelo online, mucho más integrado que en Europa. Yo no llevo dinero en el bolsillo desde hace meses; voy con el móvil a todas partes, con él lo puedes hacer todo. La banca está integrada en la plataforma con las redes sociales, el transporte… Incluso las relaciones empresariales, los pagos, los presupuestos, etc.».
VUELTA A CASA
«Normalmente, sin contar estos años, voy a España entre dos y cuatro veces al año, aunque con la familia solo una o dos», comenta Rafael. A la hora de escoger compañía, suele buscar opciones económicas, pero si puede elegir opta por aerolíneas como Air France o Lufthansa, sobre todo, porque las escalas las escalas le parecen más cómodas y piensa que el servicio de restauración es mejor. En lo que respecta a aplicaciones específicas, usa mucho Agoda y CTrip, ambas muy populares en Asia, y a veces Booking o Airbnb en Europa.
Que lleve más de veinte años en Asia no significa que olvide sus orígenes. Cuando se viene de ciudades medianas, como Zaragoza o Valencia, está claro lo que se echa de menos: «La tranquilidad de la calle, con poca gente, con un buen sol…» También un trato más cordial, «que aquí no se da; aquí van a lo suyo, como en toda gran ciudad». Y puestos a olvidar, todo un clásico: «No echo de menos en absoluto la crispación política». Curiosamente, este desapego no entiende de fronteras.